Concédasele esta vez, al redactor, la aquiescencia
de mencionar dos libros de su autoría, ya que se cumplen
20 años de su publicación, y además los
temas se mantienen presentes a juzgar por las informaciones
que reportan desde el extranjero las agencias de noticias,
y en México el Instituto Nacional de Antropología
e Historia (INAH).
Las dos obras, modestas en el contexto de la producción
global, abordaron temas relacionados con la arqueología
y tuvieron un éxito relativo si tomamos en cuenta que,
en la actualidad, los tirajes de libros son de 500 o mil ejemplares,
los deben financiar sus propios autores (y hasta vender de
mano en mano) cuando son nada o medianamente conocidos, y
sólo los monstruos sagrados tienen las puertas abiertas
incondicionalmente en la industria editorial.
Antes no era así, aunque tampoco resultaba fácil
encontrar un editor que aceptara, sin la mediación
de un agente literario, publicar a nuevas plumas. Las empresas
siempre han tenido gente encargada de leer originales y de
aceptarlos o rechazarlos, y muchas veces cometieron errores
graves al haberle cerrado la puerta a escritores que en otra
editorial llegaron a ser famosos y muy vendidos.
Pero la suerte estuvo de este lado hace dos décadas
cuando, gracias a las gestiones del representante don Justo
Molachino, vieron la luz Los dioses secuestrados (edición
privada de la Sedena, julio de 1987) y El gran reportaje de
los mayas (Editorial Posada, 1ª edición, septiembre
de 1987; 2ª, agosto de 1988 y 3ª, 1990). En total,
seis mil ejemplares -agotados- de cada título, el pago
de las regalías correspondientes, y en el segundo caso
una dotación generosa de ejemplares para los compromisos
del autor. La Sedena negó este derecho, y también
la opción de comprarle algunos tomos.
Los dioses secuestrados fue una historia del latrocinio arqueológico
en México, desde que fue sacado del país el
llamado penacho de Moctezuma, hasta el robo al Museo Nacional
de Antropología en la navidad de 1985.
El robo de tesoros prehispánicos forma parte de un
fenómeno mundial provocado principalmente por el tráfico
ilícito de obras de arte, ya sean pinturas, esculturas,
objetos religiosos y hasta frisos y artículos de valor
histórico. Los primeros bandidos deben haber sido los
egipcios que comenzaron a pillar las tumbas de sus faraones,
luego los conquistadores de pueblos y territorios por la vía
militar, y ahora mucho tienen que ver en el sucio negocio
algunas galerías de gran fama que hasta elaboran catálogos
con ese tipo de objetos. Importantes museos guardan bienes
robados a otros pueblos y generalmente rechazan devolveros.
Mucho escribimos sobre ello en el último cuarto del
siglo pasado.
Recientemente se celebró en México el foro internacional
‘Estudio de Casos en la Protección del Patrimonio
Cultural’, auspiciado por la Organización de
Estados Americanos (OEA), donde Mario Pérez Campa,
representante del director general del INAH, Alfonso de Maria
y Campos, manifestó que el problema del trafico ilícito
de bienes culturales “no es más que el eslabón
final de una cadena terrible que nos priva de grandes fragmentos
de historia”.
En un boletín sin fecha, el propio INAH informó
sobre las conclusiones de este foro, imposibles de resumir
en este espacio pero que, siendo todas ellas importantes,
se limitan a hacer recomendaciones a los gobiernos y a pedir
a la OEA que les de seguimiento.
El tema es tan vasto y de una importancia tan diversificada,
que ameritaría retomarlo en nuevas publicaciones -como
lo ha hecho la Revista Mexicana de Arqueología- para
actualizar los esfuerzos de autores como Ramón Valdiosera
(Contrabando arqueológico, Universo, 1985), Karl E.
Meyer (El saqueo del pasado, FCE, 1973) y, por qué
no, el de Los dioses secuestrados.
Por su parte, El gran reportaje de los mayas fue inspirado
por la idea de recopilar en un solo volumen la información
más reciente entonces sobre esa importante civilización
prehispánica. En los años 80 del siglo pasado
fue descubierta mediante fotografía aérea una
red de canales mayas en América Central, y la información
sirvió como detonador de la posterior investigación
de otros aspectos de interés periodístico sobre
aquella cultura.
Pero en los 20 años subsecuentes los hallazgos y nuevos
conocimientos sobre la época maya han sido tan abundantes
e importantes, y su divulgación tan dispersa, que también
se antoja necesaria una nueva recopilación.
Existen libros clásicos de autores célebres
acerca de las primeras investigaciones (y hurtos) en los siglos
XIX y XX, y sin embargo subsiste la necesidad de nuevos títulos
que actualicen los conocimientos, porque con la arqueología
sucede como con la astronomía: que Plutón ya
no es un planeta del Sistema Solar, pero quisiéramos
saber qué dicen los libros de más reciente edición.
Y si el INAH ha publicado obras como las aquí sugeridas,
haría falta darles difusión, sacarlas de las
bodegas o de las librerías especializadas, y llevarlas
a la plaza, acercarlas al lector, porque es innegable que
el pueblo no sólo está pendiente de las narcoejecuciones,
los debates sobre el aborto, el resultado deportivo o el desenlace
de las telenovelas, sino que también le interesa la
cultura, y que digan si no, las considerables ventas que,
de estas obras, tienen las librerías y registran también
las diversas ferias del libro que se organizan en el país.
Aviso: Las columnas Gutenberg XXI y Textos en libertad -que
son una extensión de los muchos y fértiles años
de colaboraciones para la agencia Notimex y la revista En
Todamérica- se reproducen en sitios como latribuna.com.mx,
hop-kin.com, taxcobrilla.com, periodistasenlinea.com (MUCEI),
periodistasenlinea.org (PNP), alianzatex.com, yancuic.com,
arcanorevista.com, texcocohoy.com, teotihuacanhoy.com, reportajesmetropolitanos.com.mx,
clubprimeraplana.com y fapermex.com, y en las publicaciones
La Tribuna y El Popular (Estado de México), Lázaro
al Día (Michoacán), Hop’ Ki’n -Quinto
Día- (Campeche) y Tierra Libre (Tabasco). Sin embargo
la rentabilidad no ha correspondido a las expectativas fincadas
en este esfuerzo, y la actual es una etapa de reflexión
sobre la pertinencia de mantener dichas columnas. Seremos
los primeros, tal vez los únicos, en lamentar una decisión
adversa.
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