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Octaviano Lozano Tinoco

 
































04/08/ 2025

Bukele y Trump: una alianza que consolida el autoritarismo en El Salvador

No olvides nunca
que los menos fascistas
de entre los fascistas
también son
fascistas.

Roque Dalton

Por Octaviano Lozano Tinoco
Analista político internacional

Nayib Bukele, presidente de El Salvador desde 2019, ha consolidado un régimen autoritario, pasando de ser un líder carismático a un gobernante acusado de reprimir voces disidentes. Aunque sus maniobras legales para mantenerse en el poder no generan rechazo en Estados Unidos —a diferencia de lo que ocurre con los procesos electorales en Cuba, Venezuela, Bolivia o Nicaragua—, Bukele goza de buena imagen en la Casa Blanca, lo que sugiere su intención de perpetuarse en el poder.


Su alianza con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, fortalecida tras la reelección de este en 2025, refuerza esta deriva autoritaria. La popularidad de Bukele, que alcanza el 85.2% según encuestas, se sustenta en la reducción de la violencia, aunque a costa de la democracia.


Nacido el 24 de julio de 1981 en San Salvador, hijo de un empresario palestino y una salvadoreña, Bukele abandonó sus estudios de derecho para trabajar en la agencia publicitaria de su familia, vinculada al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Fue alcalde de Nuevo Cuscatlán (2012-2015) y de San Salvador (2015-2018), hasta que el FMLN lo expulsó en 2017.


En 2019, llegó al poder conectando con jóvenes y ciudadanos desencantados. Casado con Gabriela Rodríguez desde 2014, tiene dos hijas y confía en sus hermanos y excompañeros escolares para su círculo cercano.


El 1 de agosto de 2025, el partido de Bukele, Nuevas Ideas, con mayoría en la Asamblea Legislativa, aprobó una reforma constitucional que permite la reelección indefinida, elimina la segunda vuelta electoral y extiende el mandato presidencial a seis años. Una disposición transitoria acorta su actual periodo (2024-2027) para que pueda postularse nuevamente.

Esta reforma, que entrará en vigor tras su publicación en el Diario Oficial, sigue a una reinterpretación constitucional que permitió su reelección en 2024.


El vicepresidente Félix Ulloa afirmó: “En política, todo es posible”.


Desde marzo de 2025, Estados Unidos ha deportado a 271 migrantes salvadoreños y venezolanos al Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), una megaprisión destinada a presuntos pandilleros.


Organizaciones de derechos humanos denuncian que entre ellos hay inocentes, como Kilmar Ábrego García, expulsado por un “error administrativo”.


Ni Bukele ni Trump han acatado la orden de la Corte Suprema de Estados Unidos para liberarlo.


En un reciente mensaje en X, Bukele defendió la reforma: “El 90% de los países desarrollados permiten la reelección indefinida y nadie se inmuta. Pero si un país pobre como El Salvador lo hace, es el fin de la democracia”. Cuestionó las críticas, afirmando que el problema no es el sistema, sino que “un país pobre se atreva a actuar como soberano”.


Pese a su alta aprobación, el régimen de excepción vigente desde 2022, que ha reducido la violencia, enfrenta acusaciones de violaciones a los derechos humanos.


Abogados como Ruth López y Enrique Anaya están presos por cargos cuestionados, y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) alerta sobre la persecución de defensores de derechos.


Más de cien activistas y periodistas, como Ingrid Escobar y Óscar Martínez, han huido al exilio. Medios como El Faro y Revista Factum denuncian un clima de “represión” y califican el régimen como una “dictadura” por medidas como la Ley de Agentes Extranjeros, que grava con un 30% la financiación externa de ONG y medios.


La concentración de poder, justificada por logros en seguridad, amenaza con agravar la pobreza y generar conflictos sociales en El Salvador.

 

04/08/ 2025

La justicia es una tortuga
que se alimenta con dinero

El hombre tiene hambre,
hambre de ley natural
ante tanta ley sin ley,
de justicia social,
necesidad de vuelo,
ansiedad de verdad,
frente a tantas
necias necedades.

Víctor Corcoba Herrero

Por Octaviano Lozano Tinoco
Analista político internacional

La sentencia de 12 años de prisión domiciliaria contra el expresidente Álvaro Uribe Vélez marca un hito en Colombia, un país cuya historia cambió tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948. Ese día, el líder liberal, cuya popularidad desató un fervor único en el siglo XX, fue ultimado en Bogotá, desencadenando el llamado “Bogotazo”, una revuelta que se extendió por el país y dio origen a un periodo de violencia que gestó guerrillas y marcó décadas de inseguridad.


Aquel viernes, Gaitán, un exitoso abogado, celebraba un triunfo jurídico. Al salir a la Carrera Séptima, cerca de la Avenida Jiménez, recibió cuatro disparos. “¡Mataron a Gaitán!”, se gritó, y el país se incendió. El crimen, según hipótesis, pudo ser obra de oligarquías, jerarcas políticos, intereses petroleros o incluso del gobierno estadounidense, temeroso de nacionalizaciones si Gaitán llegaba al poder.


Su muerte dejó un saldo trágico: más de 260,000 muertos, miles de desaparecidos y casi siete millones de desplazados en un conflicto que aún resuena.


Uribe,  quien forma parte de la ultraderecha colombiana, no ha sido condenado por los peores crímenes que se le atribuyen, como sus presuntos vínculos con el paramilitarismo, la secuela de asesinatos por estas bandas, los falsos positivos —jóvenes presentados como guerrilleros asesinados en combate durante su política de Seguridad Democrática—, las masacres de El Aro y La Granja, y una estela de centenares de crímenes y graves violaciones a los derechos humanos.


Las Madres de Soacha aún piden justicia por sus hijos asesinados durante el gobierno de Uribe.


El fallo contra Uribe, emitido el 1 de agosto de 2025 por la jueza Sandra Heredia, lo halló culpable de soborno a testigos y fraude procesal.


La magistrada le impuso prisión domiciliaria, una multa de 776 mil dólares y una inhabilitación de ocho años para cargos públicos. Uribe, presidente entre 2002 y 2010, apeló el fallo, calificándolo de “persecución política” y alegando sesgo judicial.


La jueza argumentó que Uribe manipuló a exparamilitares con dinero o beneficios para que declararan a su favor, aunque lo absolvió de un caso de soborno a una exfiscal.


El caso comenzó en 2012, cuando el senador Iván Cepeda denunció los supuestos vínculos de Uribe con paramilitares.


La Corte Suprema cerró la investigación contra Cepeda y abrió una contra Uribe por manipulación de testigos. En 2020, El exmandatario estuvo dos meses en arresto domiciliario, pero recuperó la libertad al renunciar al Senado, pasando el caso a la fiscalía.


Entre los testigos clave está Juan Guillermo Monsalve, exparamilitar que acusó a Uribe de planear matanzas en una hacienda familiar, aunque luego se retractó, alegando presiones del abogado de Uribe, Diego Cadena.Uribe, líder del Centro Democrático, despierta admiración y rechazo.


El presidente Gustavo Petro negó que el gobierno esté detrás de la condena, señalando que Uribe inició el proceso al denunciar a Cepeda.


Con casi 60 investigaciones abiertas contra él, Uribe enfrenta acusaciones que van desde homicidio hasta compra de votos. Su legado incluye una ofensiva contra las FARC, una reelección inédita y la victoria del “No” en el plebiscito por la paz de 2016.


Sin embargo, su condena marca un precedente: es la primera vez que un expresidente colombiano es sentenciado por la justicia ordinaria.


El fallo, que será revisado en segunda instancia, genera debate global. La congresista estadounidense María Elvira Salazar lo calificó como una persecución del gobierno de Petro.


Mientras, Colombia sigue buscando la justicia que Gaitán soñó, en un país donde la paz sigue siendo esquiva.

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