PATA DE PERRO
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PATA DE PERRO
25/11/07

 

La especial

Por Ramiro Gómez-Luengo

Estaba el perro desempleado, abandonado y meditabundo cuando una ilusión en forma de volante llegó a sus manos, o mejor dicho, cayó sobre su cabeza mientras trataba de hablar desde una caseta telefónica: “Gane 12 mil pesos mensuales contestando teléfonos en las mañanas”.

Era demasiado bueno para no ser verdad y lo mejor de todo, pensó el canino, es que se aceptan personas de 18 a 65 años de edad, sin presentar currícula y ni siquiera piden como mínimo la secundaria, además de que aceptan perros vagos que se quieran ganar la vida fácilmente.

Bastó con llamar y pedir una cita con la licenciada Laura Flores para que el perro se viera en medio de una multitud que se apretujaba en una sucia y decadente oficina de la avenida Chapultepec, casi esquina con Cuauhtémoc, en donde, tras un exhaustivo examen de cinco preguntas, todas acerca de Dios, los beneficios del trabajo y la importancia de la familia, fuera aceptado en la rimbombante empresa Impulsora Laboral SA de CV.

Pero ¡oh!, sorpresa, nadie va a contestar teléfonos, ni siquiera va a conocer las instalaciones de la empresa y mucho menos a cobrar su primera semana sin antes pasar la prueba de fuego: un curso de capacitación que se va a realizar de lunes a viernes de 8 a 2 de la tarde.

Qué chinga, pensó el perro, quien levantó su choza en Xochimilco, es decir, a dos horas de viaje en pesera y metro, pero como la ambición tiene patas, y el canino tiene cuatro, los tres mil prometidos pesos semanales por tan sólo alzar un auricular fueron decisivos para que se apuntara en la obra más conocida de esta capital: intentar llegar puntual en la mañana a la chamba.

Además, entre sus futuro colegas había gente que venía incluso desde Tula, Hidalgo, quienes para cumplir con la exigencia de sus nuevos patrones de ser puntuales, so pena de perder el anhelado puesto, tendrían, mínimo, que salir de sus hogares a las cinco de la mañana, por lo cual, si se iban a ir bañados y desayunados, deberían levantarse a las cuatro, es decir, el perro era un privilegiado que tal vez iba a sufrir una semana, pero eso sí, el viernes firmaría su contrato y cobraría.

Apenas es lunes y después de siete horas de aleccionamiento sobre las capacidades del hombre para triunfar en la vida, obviamente que sin intermedios y mucho menos algún bocadillo o café de cortesía para engañar el colmillo, el perro comienza a sentirse decepcionado, o peor aún, el hecho de que su nueva e importante empresa sólo tenga tres oficinas en el mismo piso, en una de las cuales recibe a los futuros empleados, en otra realiza el sesudo examen de admisión y en la tercera, que es la que ocupa ahora junto con otras 30 personas, da el curso de capacitación, le hace sospechar.

Pero los patrones le advirtieron que gente envidiosa vendría a decirle que todo es un fraude, gente que incluso ha ido a la cárcel por difamación, así es que no debería escucharlos y mucho menos cuchichear sobre estas dudas con sus futuro colegas al final del curso, por que podría ser despedido sin siquiera haber cobrado la tan anhelada primera semana.

Desanimado y agotado, ¡en lunes!, el canino pierde el sentido de la orientación y sus divagaciones a bordo del atestado convoy del Metro le impiden darse cuenta de que se bajó en la estación equivocada: Villa de Cortés, por lo cual, tras revisar sus bolsillos y encontrar una única moneda de 10 pesos, decide buscar en aquel océano de puestos ambulantes que sólo ofrecen grasosos y mortales antojitos un sitio en donde tomarse un buen y cargado café que le quite el desánimo, pero sobre todo el sueño.

Y como se vale soñar, efectivamente, atrás de esa cortina de puestos, casi escondida, como ofreciendo disculpas por ser un sitio pequeño pero limpio y ordenado, además de contar con una máquina cafetera de esas que ya no se ven, se halla La Especial.

Ajeno a lo que depara el futuro a los ingenuos, el perro entró por su propio pie y sin recibir presión de nadie para toparse con su primera sorpresa: el sitio estaba completamente vacío, excepto por una mujer pequeña y de rasgos orientales que estaba en una de las mesas tejiendo una bufanda.

Tras pedir el cortado de rigor para no dormir en cuatro días, el perro se dio cuenta que la señora no estaba sola, puesto que al fondo del restaurante se hallaba una atractiva joven, delgada y de rasgos orientales, quien durante todo el tiempo en que estuvo platicándole a la dueña del sitio de dónde venía y qué estaba haciendo no dejaba de mirarlo y sonreírle.

La plática iba viento en popa y el perro comenzaba a sentirse importante y castigador cuando un comentario de la señora le dolió como patada de elefante en la canilla: “Aquí donde me ve, yo viví mucho tiempo en Japón con mi marido, quien, al igual que mis papás, es originario de allá, pero no le aguanté su mal carácter, por lo que decidí regresarme a México con mi hijo, quien es el que me echa la mano con la fondita”.

Al perro le dio pena preguntarle a la señora si la muchacha delgada, atractiva, de rasgos orientales, cabello con rayitos y vestido escotado que dejaba entrever dos pequeños pero innegables senos era su hijo, pero como ya se había terminado el café, decidió dar las gracias y retirarse del lugar.

El miércoles tronó la bomba, puesto que los ejecutivos que daban el curso de capacitación le salieron al perro con la cantaleta de que si quería firmar el contrato y cobrar la primera quincena debía pagar el viernes la cantidad de cinco mil pesos, ya que la empresa se arriesgaba mucho al contratar a alguien sin experiencia.

Tras la negativa de todo el grupo de pagar algo que, obviamente no tenían, los ejecutivos se pusieron cuates y dijeron que aceptarían la liquidación en dos exhibiciones, lo que provocó que varios miembros del grupo se salieran del salón, no sin antes mandarlos a chingar a su madre.

Pero esto, lejos de desanimar a los ejecutivos, les sirvió de aliciente para recordarle a los que aún estaban dentro del salón que no cayeran en las provocaciones de esa gente mediocre y envidiosa, y que si no tenían el dinero no se desanimaran, puesto que el director de la empresa, al ver que eran un grupo tan disciplinado y participativo, les había hecho un descuento de dos mil pesos, así es que si querían firmar el contrato y cobrar la primera semana podían irse caminando a sus hogares e ir pidiendo en cada casa que hubiera sobre su ruta un peso, “porque de aquí a sus hogares existen más de tres mil casas”.

Ofuscado, encabronado y somnoliento, el perro esperó al fin del “curso”, pidió los números telefónicos de los “colegas” que le confesaron que sí iban a dar el dinero, sólo para saber en qué iba a acabar aquello, y se encaminó hacia La Especial para tomarse un buen café que le hiciera olvidar por un rato todo el esfuerzo, toda la energía, pero sobre todo el tiempo perdido en aquella estafa inmunda.

No tuvo tiempo de montar en su caballo cuando lo recibió a la entrada del local la mujer joven de los ojos orientales, quien esta vez vestía unos bluejeans que no aportaban ninguna luz a la duda que cada vez intrigaba aún más al can, quien aceptó gustoso su invitación para sentarse en la mesa de las estrellas: la 4, aunque hubiera dado igual sentarse en cualquier otro sitio, puesto que, para variar, La Especial estaba completamente vacía.

El perro no tuvo otra alternativa que apurar su café para salir de ahí lo más pronto posible, puesto que las preguntas de la dama oriental, que se iniciaron con un simple “¿en dónde trabaja?”, de repente viajaron hacia lugares insospechados, como “¿páseme la receta para tener un cabello tan lindo como el suyo?”; “¿Qué color de ojos tan bonito?”; “¿No puedo creer que no tenga pareja?” y, peor aún: “Yo siempre he querido tener un novio igual de chulo que usted”.

Asaltado por la duda sobre el real género de la dama dragón, pero también muerto de la risa de sólo pensar que estaba a punto de representar la versión mexicana de M Butterfly, el caso real de un diplomático inglés destacado en Beijing que sostuvo durante más de 20 años una relación sentimental secreta con una hermosa china que incluso lo hizo papá, y que al final resultó ser un travesti que espiaba para el gobierno comunista, el perro decidió decir adiós a La Especial, no sin antes admitir que aquello...era bastante especial.

Mi pasado me persigue

Muchos años después, pero no frente al pelotón de fusilamiento, el perro sacó sus últimos ahorros para intentar comprar un par de placas de taxi, y contactó vía Aviso Oportuno a un cuate que vivía en Atzcapozalco, en un domicilio que nunca pudo ubicar, y el cual siempre que le hablaba a su celular se encontraba a bordo de su coche yendo por satélite o por Xochimilco.

Perro desconfiado, pero ávido de placas, no reparó en ninguno de estos “detalles”, y se le hizo fácil encontrarse con el vendedor en un restaurante de Plaza Satélite, en donde, mediante módicos 10 mil pesos le cedería las láminas, a la espera de un posterior depósito por otros 50 mil pesos.

Entregadas las láminas y cedido el dinero, solo faltaba escriturar ante la notaría pública 29 de las calles de Ometusco, colonia Condesa, el próximo viernes a las 10 de la mañana, tras lo cual se entregaría el resto del dinero.
Durante toda la semana el perro no durmió a gusto, ya que algo no le cuadraba de aquel tipo cuarentón con el cual estaba haciendo negocios y que a pesar de que sólo derrochaba palabras agradables y gestos educados no se quitaba las gafas ni para ir al baño.

Llegado el gran día el perro confirmó sus temores, puesto que dieron las 10, las 10 y media, las 11 y finalmente las 12 sin que el vendedor se apareciera, ante lo cual no le quedó de otra que entrar a la notaría para cerciorarse si estaría adentro.

Asaltado por el temor de perder 10 mil pesos de la manera más estúpida posible, nervioso y al mismo tiempo furioso consigo mismo, el can no pudo evitar un gesto de sorpresa cuando al entrar a la sala donde esperaban los clientes se topó de bruces con una mujer delgada, de rasgos orientales y pelo teñido de rubio que era la primera en el turno para escriturar.

“No lo puedo creer, ese chavo-chava se tiene que llamar Lady Estafa, Señora Engaño o Confirmación de Transa”, pensó el perro, quien no pudo evitar soltar una carcajada mientras salía de la notaría al darse cuenta no sólo de que había sido víctima de una trácala tan vieja como el agua hervida, “sino que además vinieron desde Japón a informármelo”.

Error número tres Perdido el dinero pero no la ilusión, las cosas posteriormente se enderezaron para el perro negro y callejero, puesto que finalmente pudo hallar un trabajo concordante con sus instintos, pago su coche, fue admitido en la hermandad de canes que cavan pozos sin fondo a la ignorancia y elevan templos al conocimiento y, lo mejor de todo, saldó la hipoteca de su casa.

Henchido de orgullo frente al castillo que erigió con sus propias pezuñas, sino de su tesoro más adorado, su familia, el perro no pudo evitar un gesto de sorpresa cuando a menos de una cuadra de donde se hallaba, un poco dislocada por las luces del crepúsculo pero distinguible al fin y al cabo, se acercaba la figura delgada de una mujer de cabello rubio y rasgos orientales.

Esta vez no dio la espalda, no huyó ni se sorprendió de descubrir que el ave japonesa del mal aguero era al parecer su vecina-vecino. Espero en calma que cruzara y, efectivamente, era ella, o él, esta vez con lentes ¡y sin tetas!

Perdido en la lejanía el Boy George oriental, el perro esbozó una sonrisa mientras pensaba: “no vaya a ser ahora que las escrituras de la casa sean chafas”.Alejó los malos pensamientos de su mente y volvió a su rutina, aunque se le escapó un sonoro y largo suspiro.

PATA DE PERRO
05/11/07

 

Historia de hombre muerto

Por RAMIRO GÓMEZ- LUENGO
Había caminado tanto aquel can por los senderos desérticos que bordean la gran ciudad que, súbitamente, se dio cuenta que ya era hora de descansar. Se acercó a la frescura de un arroyo que con el arrullo de sus aguas animaba pensamientos de un pasado mejor y, súbitamente, entre el canto alegre de los pájaros y el susurro de las voces melancólicas que ululaban trágicamente entre las copas de los sauces, se dio cuenta que ya era hora de morir.

Cerró sus ojos y espero durante segundos que se convirtieron en minutos, minutos que se convirtieron en horas y, súbitamente, se dio cuenta de una certeza: seguía en el mundo de los vivos.

Añoró los días en que la perra callejera que lo malparió lo defendía de los otros perros y le daba su leche sin pedirle nada a cambio, hasta el día en que viéndolo grande de tamaño, pero sobre todo de hambre, lo mandó de una sonora mordida a recorrer los caminos de Dios.

Cerró los ojos, pero ya no espero ni segundos ni minutos, porque simplemente seguía vivo; su respiración entrecortada y el bienestar que sentía oyendo el murmullo del arroyo se lo recordaban a cada instante.
Súbitamente volvió a recordar, pero esta vez no era el alumbramiento de una perra callejera en una oscura esquina de algún barrio marginal de la gran urbe, sino la voz del Pata de Perro templado por los golpes de la vida, que le recordaba que por algo Dios lo había hecho macho.

Se dirigió a la funeraria más cercana y pidió al dependiente, un hombre taciturno, alto, vestido de negro y con cara de enterrador, que le mostrara los mejores ataúdes del lugar, total, hacía tiempo que el perro estaba al amparo de la ayuda social del gobierno capitalino y para algo habrían de servirle los 700 pesos mensuales que recibía del futuro presidente de la nación.

Recibió un cajón reciclado de por lo menos otras cinco cremaciones y muy contento se dirigió a la plaza del pueblo mientras pensaba en la suerte que había tenido de encontrar un ataúd color azul, “porque uno negro hubiera sido el colmo; color triste para una ocasión triste”.

Se acomodó lo mejor que pudo y esperó...

Dos horas después todo estaba en su lugar, nada había cambiado, excepto porque sentía las nalgas adormecidas, y ese dolor, inusitado pero molesto, le daba una certeza: seguía vivo.

Anochecía cuando finalmente decidió ir a preguntarle al sabio del pueblo qué había pasado con la muerte, porque si hay algo de lo que puede presumir un perro callejero, es de tener el don del presentimiento, y ese nunca se pierde, aunque existan computadoras, celulares, satélites e Internet.

Pero el sabio del pueblo, hombre cuya edad simplemente no se sabía, estaba igual que él, esperando a la huesuda, puesto que una enfermedad crónica lo había condenado a la muerte hacía más de una semana, aunque la poderosa señora de la cegadora simplemente no se presentaba, por extraño que esto puede sonar.

Emperrado, el perro se fue derechito a la morgue, en donde descubrió con sorpresa que el médico forense encargado tenía más de una semana sin recibir ningún cadáver, algo que le preocupaba, pues de seguir así las cosas lo más seguro es que perdería su empleo.

Partió mascullando su coraje hacia el panteón, donde el enterrador le aseguró que tenía más de una semana esperando el cuerpo del hombre sabio, quien le pidió que le apartara la tumba en la colina con vista hacia el valle, así como los restos de un caninus vulgaris excéntricus que había visto su muerte, pero que tampoco lograba conciliar el sueño eterno, a pesar de que incluso ya se había comprado su estuche relajador.

Peor aún, el enterrador le confesó que tenía más de una semana sin trabajo, puesto que nadie en el pueblo, las aldeas cercanas e incluso en la vecina gran ciudad, se había muerto en ese lapso, a pesar de que mucha gente ya había recibido los santos óleos, como era el caso del guardia de la prisión, hombre cruel y despiadado quien seguía administrando con sorpresiva prestancia su oscuro oficio, a pesar de que siete días atrás había sido desahuciado por los doctores.

Más enojado que extrañado, el perro se fue derechito a la prisión, en donde pudo notar desde lejos que una delgada figura, vestida de negro y con una enorme cegadora, se asomaba por los barrotes del calabozo de la torre mayor.

El resto fue historia, ya que el carcelero, viéndose acorralado por las preguntas del can, no tuvo más opción que confesar que siete días atrás, cuando la muerte llego a reclamarlo, se refugió en el calabozo que está en la cima de la torre mayor, hasta donde la huesuda subió a buscarlo, aunque cuando la niña entró al recinto el hombre muerto se ocultó detrás de la puerta, lo que le permitió escabullirse a sus espaldas hacia afuera y cerrar el recinto con cadena y candado, dejándola prisionera.

“No come nada, ni dice nada. Nomás se pasea por el calabozo, se asoma por los barrotes y suspira. Eso sí, la flaca esa suspira de a madres y tengo entendido que cada suspiro que se le escapa, es el alma de algún mortal que tendría que estar cobrando”, explicó el carcelero al perro, al cual le confesó que lo último que haría, literalmente, en su vida, sería abrirle la puerta a la señora para que se lo cargue.

El perro, quien ya había olvidado su sueño, aplaudió el sentido común del carcelero, y celebró para sí mismo: “vida eterna sin salvación”, cuando la visita del hombre sabio, quien deseaba descansar eternamente tras una larga existencia de pensamiento y búsqueda, rompió el pragmatismo del momento con un sonoro discurso:

“Imagínense vivir eternamente. Qué caso tendría amar, sufrir o disfrutar si siempre tendremos la certeza de que estaremos en esta vida. Imagínense ser niños por siempre, o eternos ancianos, o peor aún, eternos enfermos, atrapados en un cuerpo que ya no responde a nuestros pensamientos. Señores: el chiste de vivir la vida es que algún día se va a acabar, de lo contrario, sería nada a cambio de nada, y como todo daría igual, simplemente estaríamos eternamente atrapados en este plano, sin poder trascender hacia los niveles superiores a que está destinado el pensamiento humano, que no es más que la voluntad de Dios”.

“Además, señor carcelero, yo le aseguro que si libera a esa niña bienhechora, ella, desde lo más profundo de su sabiduría sempiterna, sabrá recompensarlo, puesto que nada es más sagrado para un ente de Dios, que ayudar a los que le facilitan sus obras... he dicho.”

Enternecido por sus palabras, el carcelero, con la total desaprobación del perro, subió al calabozo de la torre mayor y, tras pronunciar un padrenuestro, abrió la puerta, quedándose cara a cráneo con la huesuda.

“Mi temida y poderosa señora –dijo el carcelero con voz trémula de miedo- usted comprenderá”.

Pero al parecer la muerte no tiene mucha capacidad de comprensión, porque de inmediato levantó su enorme cegadora y decapitó al carcelero para tomar su alma.

Acto seguido, se encaró con el hombre sabio, el cual ni siquiera tuvo tiempo de echarse el discurso, pletórico de metafísica y palabras rimbombantes, que había preparado para tan distinguida ocasión, ya que se lo cargó en un santiamén.

Tanto trabajo tenía pendiente esa niña que ni siquiera reparó en que había un perro dentro del calabozo, y salió del mismo como alma que se lleva así misma dispuesta a ejercer el poder de su cegadora en el pueblo, las aldeas vecinas y la cercana gran ciudad.

Hubo entierros a granel por todas partes y las morgues no sabían en donde acomodar tantos cadáveres de personas que tenían que haberse muerto por lo menos una semana atrás, pero que ahora se les había ocurrido petatearse al unísono.

Esa misma noche el perro volvió a su ataúd, en donde se acomodó con las manos cruzadas a la espera del fin, pero sus pensamientos se interrumpieron súbitamente cuando una voz venida de ultratumba le susurró al oído:

“No me veas porque te puede costar muy caro, aunque como mi mano está cansada y los designios no te señalan, debo dejarte otro rato entre los temerosos. Tenme respeto y guarda tu caja, porque yo sé darle a cada quien lo suyo”.

El sol rayó esplendoroso en la comarca, y el perro se bajó de su cajón para maravillarse con el cielo azul, las nubes magníficas y la belleza del canto de los pájaros en las copas inmensas de los árboles que inundaban el paisaje.

Se rascó la desidia y se acercó al arroyo más cercano, donde, súbitamente, se dio cuenta mientras se arrullaba con el prístino sonido de las aguas que corrían desenfrenadas hacia el mar, que era tiempo de seguir viviendo.

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