Reportaje galardonado con el PREMIO MEXICO
Por ELVIA ANDRADE BARAJAS Exceso de equipaje
PARIS, FRANCIA, 14 de septiembre de 2023.- “Señora, son 2,800 pesos de sobrecargo, por favor”, fueron las palabras que me regresaron a la realidad mientras me despedía de mi hija y repasaba ilusionada todo lo que me esperaba.
¿Cómo?
“Lleva 27 kilos, cinco más de los permitidos, que son 23 kilos. Son 2,800 pesos, por favor, o puede dejar con su familiar el exceso de equipaje”.
En suma, llevaba 27 kilos en mi maleta, más una mochila, el tripee, mi cámara fotográfica, shampoo, crema, pasta dental y muchas tonteras por las que tuve que pagar 2,800 pesos de sobrecarga al iniciar mi viaje en México y después en cada avión que aborde. Parecía que me iba a cambiar de planeta ¡que oso!
A Paris llegué dos veces. La primera por México en Air France y la segunda de Milán, Italia, en Easy Jet.
De México a Paris no vi la Torre Eiffel, sino un campo verde muy grande de diferentes tonalidades, y mucha niebla que a penas te deja ver la ciudad.
El espectáculo de las luces de la famosa Eiffel lo vi de regreso de Milán, Italia, y después de todo lo que ocurrió, fue como una recompensa a mi padecer, que relató para que sirva de experiencia a otros y no cometan mis errores, para que disfruten de un hermoso viaje a Paris o cualquier otro destino y que sea inolvidable.
Al aterrizar de México a Paris en el famoso e internacional Aeropuerto Charles de Gaulle, la emoción fue de mucha satisfacción, un poco más que la que sentí cuando horas antes la aeromoza llegó a mi asiento y con su bello acento francés dijo:
“Madame Elvia votre diner” (señora Elvia, su cena), que me entregó en una bolsita color amarillo limón con negro, en cuyo dorso se leía BON APPETIT. AIRFRANCE, del otro lado mi nombre escrito a mano y abajo el número del vuelo, mientras al resto de los pasajeros, que estaban a mi alrededor, se las daban en charolas.
¡Wow! exclamó mi compañera de asiento, ¿por qué esa distinción, eres alguien importante?
Jajajjaa no.
Le expliqué que había pedido con anticipación mi comida desde la aplicación de la aerolínea.
¿Cómo lo hiciste? Preguntó.
Un acierto: COMPRAR CHIP
Sabía que al llegar a Paris debía comprar un chip, para no quedarme sin Internet ni incomunicada, así que, tras recoger mi equipaje, pregunte cómo me llegaba a la red RER, que también me habían recomendado para no gastar mucho en transporte.
“Siga derecho. Los letreros le indican”, respondió un guardia de tes blanca, delgado y ojos tan azules como el cielo en primavera. Muy guapo para ser policía.
Efectivamente había grandes letreros que indicaban la ruta hacia la RER, una red de trenes regionales que conectan Paris con sus alrededores.
El frío era inesperadamente intenso, tanto que mis articulaciones parecían transformarse poco a poco en madera. Sentía que mis rodillas crujían, mi nariz estaba helada y tenía la sensación de que mi maleta pesaba mucho más o que yo aguantaba menos.
Pero la emoción de conocer Paris me llenaba de fuerzas y de ilusión, aunque todo lo empecé a ver muy diferente a como lo había visto en fotografías, videos o películas.
Pero ya estaba ahí, y recordaba a mi madre que siempre nos decía: “lo mejor es que lo veas con tus propios ojos, que no te los cuenten”.
Sabía que París es una ciudad icónica y legendaria hogar de muchos artistas, escritores y pensadores a lo largo de los siglos, distinguida por su arquitectura impresionante, su rica historia y su vibrante cultura, famosa por su gastronomía, moda y vida nocturna.
Así que llegar al Aeropuerto Charles de Gaulle (CHDG), el principal de París fue todo un evento.
Abrí los ojos y los sentidos lo más que pude para captar hasta el mínimo detalle y grabarlo en la memoria.
Me habían dicho que en París hay mucha gente, que hay mucho tránsito y caos vehicular y que los franceses son muy fríos en su trato, pero yo vi lo contrario.
El CHDG tiene varias opciones para llegar al centro de la ciudad: El RER, autobús, Metro, taxis y autos privados de lujo, así que movilizarte no es problema, podría suponerse, pero llegar a un país que no conoces y querer desplazarte como como si nada, por todo lo que te platicaron, viste en películas, leíste en libros o en Internet, tiene su entuerto.
Ahí es cuando la imaginación y la realidad tienen problemas para ajustarse. Todo es diferente, es de otros colores, tamaños y olores.
El abanico de opciones de transporte se desplegó ante mis ojos, al mismo tiempo que el local de Tickets e Information.
Un par de chicas rubias, obviamente francesas, me ofrecieron en venta un chip y tours para conocer Paris.
Era justo lo que necesitaba, así que accedí a comprarlo previa información:
“El chip con número de Francia, le va a dar Internet y llamadas ilimitadas por 28 o 30 días y sólo tiene que meterlo a su teléfono. Respeta sus contactos telefónicos y todo el contenido de su aparato, así cuando regrese a su país sólo tendrá que hacer cambio de chip y todo volverá a su normalidad, y este debe guardarlo, por si vuelve a Paris, sus datos quedaron registrados y sólo tendrá que hacer una recarga”, y así fue.
El costo del chip fue de 30 euros y de un ticket para viajar en tren, Metro o autobús por dos días fue de 37 euros.
Un detalle muy bonito es que el chip trae una herramienta de expulsión de la tarjeta SIM en forma de torre Eiffel, bellísimo.
El mapa que te entregan es como de medio metro cuadrado, lleno de señalamientos en francés y en letras muy pequeñas, que sólo verlas te marean, pero tienen mucha información sobre todos los museos, palacios, espectáculos, tiendas de ropa, departamentos para rentar y mucho más.
Recomiendan mucho el tour en el Big bus o TO-OT BUS, con salidas constantes. Yo preferí la nocturna.
La sorpresa es que se camina mucho después de recoger el equipaje hacia un transporte, y con el frío, se siente muy pesado. Los huesos chocan uno con otro, es doloroso.
“Taxi”, ofrece un hombre de aspecto latino.
¿Cuánto me cobra por llevarme a Gare de Lion (Estación de León)?, pregunté sólo por saber cuál era la diferencia entre un taxi y el tren de la RER. “120 euros (2,324 pesos mexicanos)”, contestó el hombre sucio y con aliento a resaca alcohólica.
-¿Por qué tan caro, si me dijeron que la tarifa de taxi es de 60 euros? Pregunté al taxista
“Porque sí, es lo que cuesta. ¿La llevo?”.
-No, gracias, le dije y le mostré mi ticket de la RER y levantando los hombros me indicó “siga los letreros”.
Uf, pensé, que de la que me libré, pero al ver el alto escalón del tren sentí desmayarme: ¿cómo iba a subir mi pesada maleta?.
Un chico francés advirtió mi pánico y se ofreció a subirla, pero en el trayecto me di cuenta de que no había escaleras eléctricas ni elevador en la mayoría de las estaciones, así que opté por bajarme en la que no tenía escaleras y mientras llegaba a la estación Halles de Paris, observaba que casi todas las mujeres llevaban bolsas de marca, preciosas, y entre ellas mi preferida, además de que casi todas usaban zapatillas, elegantes gabardinas y mascadas de seda o gorros de lana, pese a que llovía.
Los más jóvenes vestían en total black, todo negro, que rompía el oscuro color con alguna letra blanca en la solapa del cuello, en una esquina de la prenda o con calcetines negros con filos blancos.
Se veían muy bien, muy elegantes.
Desde el CHDG se observa una gran diversidad de culturas, sobresaliendo la raza negra, seguida de los árabes, latinos y por supuesto los franceses que se distinguen por vestir muy apropiadamente.
No usan mezclilla y mucho menos rota, eso es de los americanos y latinos.
Las francesas son muy elegantes en el vestir, hablar y en sus modales, incluso no se les ven tatuajes, quizás los tengan, pero no me tocó verlos.
Al bajar en la estación Halles de Paris pedí a otro hombre que me ayudara con mi pesada maleta, tenía la idea de pedir desde ese punto un taxi que me llevara a mi hotel, pero al salir a la superficie no pasaba ninguno.
Un mesero de uno de los cerca de 15 mil cafés que hay en París me invito a tomar asiento y resguardarme de la lluvia, mientras aparecía un taxi. Me ofreció un café que poco después trajo en una diminuta tasa con un par de galletas.
El tiempo transcurría, ya eran las 16:00 horas y mi cita en Hard Rock estaba cerca.
Todos los taxis pasaban ocupados y en mi desesperación, pensé en Uber, así que entré a mi aplicación y pedí uno con la idea de que seguramente no me daría servicio en Paris.
Pero mi sorpresa fue mayúscula, cuando me respondió ¿a dónde vas?..
Tras dar la dirección me dio tiempo de espera.
A los cinco minutos llegó un Toyora Prius eléctrico gris Oxford, asientos de piel, conducido por un hombre moreno que en 15 minutos me llevó a mi hotel por 15 euros (300 pesos mexicanos)
Estaba feliz de que Uber funcionara en Paris, aunque el costo era elevado, pero según yo iba preparada para pagar en euros.
En la recepción del hotel me recibió una joven francesa muy amable y tras preguntarme mi nombre y darme la bienvenida me dio la tarjeta llave y me dijo que ya había descargado de mi cuenta registrada el costo de la habitación por los tres días.
¿Cómo? Pregunté con miedo de que fuera cierto lo que entendí.
“Que todo ya esta pagado, puede pasar a su habitación”, respondió.
Mi teléfono empezó a sonar, eran del Hard Rock, que me avisaban que en 15 minutos iniciaría mi recepción y al mismo tiempo mi banco me informaba que había hecho un pago por tres días de habitación en ese hotel carísimo que había pagado hacía siete meses como un capricho para ver desde mi ventana la Torre Eiffel.
Hasta ese momento volví a sentir calor y un pánico de quedarme con poco dinero al inicio de mi viaje de 15 días por Europa.
Le explique a la chica que había un error y que me devolviera mi dinero, pero ella insistía que no se había pagado la estancia.
Le mostré mi recibo de pago de la sucursal en México y del banco, pero no aceptaba nada.
Hard Rock no dejaba de llamar para informarme que mi reservación estaba lista, que me esperaban, pero en ese momento ya no tenía hambre. Tenía pánico de quedarme sin dinero.
Insistí a la recepcionista que regresara mi dinero o que hablara a la sucursal en México para confirmar mi pago, pero fue inútil.
En México no contestaban. Era de noche, por la diferencia de horario de siete horas.
No podía subir a mi habitación sin resolver eso, así que me plante en la recepción e insistía a la empleada que resolviera mi problema y ella como el hierro decía que ya estaba resuelto y que no entendía lo que le decía.
Al ver mi problema, un hombre francés intervino y le explicó que efectivamente había hecho mis pagos anticipados en México y que era injusto que me dejara sin dinero al iniciar mi viaje.
También perdí mi viaje en el Big Bus, cuya administración constantemente me enviaba mensaje de que estaban a 15, 10 y 5 minutos para iniciar el recorrido al que no pude llegar, porque fue hasta las tres de la madrugada que decidieron regresarme el importe de una noche.
El gerente me pedía el comprobante de pago a su hotel, lo que no tenía, porque la reservación y el pago lo hice en la sucursal de México, que no hizo el pago a Paris, y aquí me lo cobraron a mí.
Uf, eso fue muy difícil y vergonzoso.
Mi gran viaje que plane con tanto tiempo de anticipación se frustró porque no tuve la precaución de pedir al hotel de Paris confirmara si tenía o no el pago.
Desde ese momento todo se nublo para mí. Tenía que ir a Milán, Génova y Roma, y aunque ya tenía pagado los vuelos y el hospedaje en Milán, faltaban los otros dos.
Al otro día desperté tarde, muy cansada, con la cara horrible por el llanto y muy preocupada porque de un golpe me dejaron con poco dinero. Ya ni quería comer.
Aún tenía lo de mi bolsa, así que fui a buscarla, pero decidí irme caminando. Error. Me perdí y tuve que pedir un uber que me llevara a recorrer tiendas, y en trayecto me comentó que podría ahorrar comprándome mi bolsa en una tienda de segunda mano.
Tras cobrarme 60 euros (1,163 pesos mexicanos) me dejó en una tienda de segunda mano en el Distrito II de Paris, me dijo que ahí podría encontrarla a muy bajo precio. Esa tienda parecía un bazar, todo muy ordenado y apretujado. Había de todo, pero se veía muy viejo, pasado de moda y no había marcas de prestigio, aunque muchas chicas con estilo de modelos no paraban de probarse prendas.
Sorprendentemente las combinaban de tal forma que las hacían lucir muy bien. Era increíble, pero nada de eso era lo que yo buscaba. Lo que más me gustó fueron las mascadas de seda, pero de esas tengo muchas que compre en China a precio muy bajo.
Pregunte al cajero si tenía una bolsa Chanel y me dijo que sí.
“Sólo tengo una”
“La tengo en la vitrina, hasta arriba”, tras bajarla me la mostró.
Era justo la que quería, pero estaba algo maltratada, no tenía relleno, guarda bolsa, ni caja y mucho menos certificado de autenticidad, y el precio era muy elevado, como si fuera nueva y te la entregaba como si compraras un trapo viejo, así que no. Di las gracias, lo mejor que pude y salí del lugar.
Tenía mucha hambre y me dolían los pies y las rodillas por el frío.
Eran las 5 de la tarde y el sol empezó a salir espectacularmente, así que aproveche para entrar a un restaurante a comer francés y disfrutar de su comida gourmet cuya fama esta bien ganada.
Ese fue una gran tarde y como disfrutaba del sol, no me di cuenta de que eran las ocho de la noche, y aún había sol, pero mi cena en el río Sena era a las nueve de la noche.
Volví a pedir un Uber, que cobró otros 60 euros, para regresar al hotel y cambiarme. Había mucho tránsito y me había alejado de Porto Selferino, donde tenía la cita para mi recorrido en barco por el Sena.
Ya no me dio tiempo de mudarme de ropa, sólo me puse una gabardina y pedí un Uber, pero todos estaban ocupados, así que pedí a la recepcionista un taxi del hotel.
Cobraba 120 euros (2,321 pesos mexicanos) que accedí pagar para no perder mi esplendido recorrido en barco por el río Sena, pensaba que así podría recuperar parte de lo perdido, porque al otro día a las 10 de la mañana debía estar en el aeropuerto para volar a Milán.
El Uber también se tardó.
De repente apareció un hombre muy apuesto, de barba cerrada, muy bien vestido y oliendo a Chanel, en una camioneta Toyota negra que brillaba mucho con los rayos del sol.
Disimuladamente lo veía y de pronto caminó hacia mi y me dijo que él era el servicio de taxi del hotel.
Uf, en ese momento entendí porque tan caro.
Camino hacia Portofino no podía de dejar de apreciar la textura de la piel de la Toyota, ni la calidez de sol, que aún estaba en el cielo.
Era increíble. Eran las 8:55 y había sol, como si fueran las cinco de la tarde.
La comodidad de la Toyota, el sol y el olor de ese enigmático chofer árabe, no impedían que me diera cuenta de que no llegaría a tiempo a mi cena.
“No vamos a llegar, hay mucho tránsito”, dijo el conductor tras preguntar: ¿la regresó al hotel?
--Oh no, pensé, otra pérdida, pero ya no le di gran importancia, porque el espectáculo que me estaba dando el sol, no tenía precio. Nunca lo había visto a las nueve de la noche ni había sido tan oportuno para descongelar mis huesos, así que le pregunté cuánto me cobraría por llevarme a conocer Porto Solferino y luego de regreso al hotel.
“250 euros” respondió tranquilamente, mientras a mi casi me da un infarto: 4,838 pesos por un viaje que en México me costaría por mucho mil pesos.
Wow en el hotel, taxis y uber estoy perdiendo mi dinero, ya hasta me da miedo comer, le comenté y casi lloro. No podía creerlo, todo se me esfumaba de las manos.
El conductor pareció entender la situación y me propuso:
“Deme 200 euros la llevó al embarcadero, para ver su barco irse, y la llevo a tomarse fotos rápidamente en la Torre Eiffel y el Hotel de Los Inválidos, donde está la tumba de Napoleón Bonaparte, ¿cómo ve?”.
Por supuesto acepte. Un fotógrafo te cobra 200 euros por una sesión de fotos únicamente en la Torre Eiffel.
Fue muy triste ver mi cena gourmet partir en el barco muy iluminado, lleno de turistas cantando y riendo, mientras yo hacía esfuerzos por no llorar.
Todo lo que había planeado se había perdido.
Me consolaba que el guapo chofer árabe fue muy amable, pero ya no podía reír, tenía atorado un grito de rabia en la garganta y sin darme cuenta ya iba muy cabizbaja, hasta que el conductor me dijo:
“Atrás de usted”, me dijo con una sonrisa como esa que te dan los padres cuando quieren consolarte, después de que todo te sale mal”.
Al bajarme y girarme sobre mi misma, la vi como un gigante llena de luz, imponente, brillante, entonces no pude evitar llorar como una niña. Fue tan difícil llegar ahí y hasta entonces recordé la historia de Gustavo Eiffel, su diseñador y constructor, quien enfrentó muchos obstáculos para edificarla, pero finalmente lo logró.
Me limpié las lágrimas y me dispuse a tomarme fotos. Un turista se ofreció a hacer las gráficas de lejos y el vendedor de pequeñas Torres Eiffel me pidió que no descuidara mi bolso, porque esa zona, tan cálida por los miles de luces de la gran torre, “está plagada de ratas de dos patas”, comentó refiriéndose a los ladrones.
Lo mejor de ese día fue la salida del sol en la noche, que me dio la oportunidad de tomar una foto justo a las nueve de la noche a la orilla del río Sena mirando hacia la Torre Eiffel, mientras iba al embarcadero.
Al otro día sólo alcance a desayunar e irme al aeropuerto CHDG para viajar a Italia, pensaba que a partir de ahí todo saldría bien, pero estaba muy equivocada.
Ahí perdí el vuelo a Milán, porque no encontraba la sala de Easy Jet, porque la camioneta del hotel me dejó en otra área que no correspondía y cuando por fin encontré la puerta correcta, el avión se había ido.
Fue desesperante, tenía que pagar otro vuelo. Veía como el dinero se iba como el agua. Ahí conocí a Laura, una azafata de Air Canadá, a quien su jefe de vuelo regañó porque se ofreció a ayudarme a resolver el problema y me presentó con Sam, un mexicano de Easy Jet, muy solidario que logró ayudarme a que no me cobraran de nuevo el equipaje, por el que debía pagar otro boleto, como si fuera un pasajero.
Para animarme, Sam decía que me quedaba la canción del TRI: TODO ME SALE MAL y entre risas la cantaba: “La raza me dice que todo lo que hago, que todo lo que hago esta mal y yo no sé por qué…”
Eso me hacía reír. Me fui a Milán y Génova, pero ahí empezó a escasear el dinero, porque también cobraban en euros, y cuando más preocupada estaba entro una llamada del hotel que no pagó a Paris y me dijeron que estaban muy apenados por lo sucedido.
Me regresaron el dinero que me habían retenido y me ofrecieron un día de hospedaje en el mismo hotel y en la misma habitación, para recompensarme por todo lo sufrido.
Además, me dieron el hospedaje gratis en Génova, pero ya no fui a Roma, ya sólo quería regresar a México, mi México que extrañé como nunca.
Para mi sorpresa el aeropuerto estaba vacío, no había pasajeros. El último vuelo es las 10 de la noche, el mío, ese día.
Los empleados hacían limpieza y cerraban áreas.
Otra vez estaba perdida y ahora traía un chip de Italia que no funcionaba en Francia, así que no podía pedir un Uber para irme a mi hotel.
Mientras buscaba la salida a los taxis, fue impresionante ver a muchos negros que dormían en las salas de espera, en rincones, cerca de alguna planta para refugiarse del intenso frío.
Claramente eran migrantes, todos tenían los pies hinchados, los labios, las manos, parecía que les iban a reventar.
Al ver esos cuadros humanos me estremecí y contrario a lo que podría hacer otro periodista, yo guarde mi celular y me dije a mi misma: este dolor humano no lo voy a fotografiar, es muy inhumano.
Quizá otro en mi lugar hubiera aprovechado ese momento, pero yo no me arrepiento de no haberlo hecho, quisiera que esto no ocurriera.
Estaba tan impactada por esas escenas tan desgarradoras, que cada vez me perdía más, hasta que apareció un chico que andaba en una patineta como ayudando a gente como yo que no sabía ni donde andaba.
Me preguntó que buscaba, le dije que el hotel.
Me pidió que lo siguiera y después de mucho seguirlo me llevó al Sheraton, único hotel que esta dentro del Aeropuerto CHDG, pero no era en el que me hospedaría, así que le dije que no era ese y me condujo a un camino cerrado dentro del aeropuerto donde sólo había dos policías.
Uno de ellos se ofreció ayudarme y me condujo a la zona hotelera del CHDG, pero le dije que ahí no estaba mi hotel.
Entonces me preguntó si yo quería ir al hotel con él, supuestamente entendía que yo quería ir al hotel con él.
-Noooo quiero ir a mi hotel-, le dije.
“Si no quieres dormir, no dormimos” dijo como extrañado.
Lentamente le explique que quería ir a mi hotel, pero sola.
El uniformado hizo como que se ofendió y me dijo “los argelinos no rogamos, vete por ese camino a tu hotel”.
Ups, no sé qué paso, el hombre no era nada feo, pero no se si se confundió o se hizo, pero me dejo ir sola por un camino oscuro que conecta el aeropuerto Charles de Go con a la zona hotelera, donde pedí ayuda para pedir un Uber que me llevara a mi hotel en Paris, el mismo donde tuve el problema inicialmente, pero ahora ya me habían dado una noche de cortesía.
Por fin se llegaba el día de regreso a mi amado México.
Ese día comprobé que el Karma existe.
Llegué a la puerta de embarque de Air France para tomar mi vuelo, pero me dijeron que mi maleta tenía excedente de peso, que debía documentarla y pagar 120 euros, pero me enviaron a otra área que no encontraba; caminé tanto, que me dolían los pies.
Ya odiaba mi maleta y todo lo que ahí traía. Me causo tantos problemas llevar esa carga tan pesada, que ya estaba furiosa, así que abrí la maleta y empecé a regalar todo, pero había gente que obviamente no aceptaba, entre ellos unas chinas.
Tenía unos minutos para pasar con menos carga y tomar mi vuelo.
Quise tirar todo a la basura, pero los policías me lo impidieron, decían que eso era un delito, pero yo tenía que perder peso, porque ya no traía dinero, lo había gastado todo y ya debía mucho que me había enviado de México, para pagar todo lo que no estaba previsto.
Sam me había dicho que si tenía problemas en el aeropuerto le llamara, pero me dio mucha vergüenza que me viera otra vez en problemas y que me cantara la del TRI, que de verdad me ajustaba muy bien.
Junto a mi estaba un hombre de color, como esos migrantes que noches antes vi en esa misma sala.
El y una holandesa aceptaron algunas cosas que les di, pero ambos estaban muy preocupados por mí, y sin que lo pidiera el hombre compró una maleta y me la regalo, porque yo había descompuesto el cierre de mi maleta y la hija de la mujer corrió a Air France y trajo a una empleada de nombre Maggie.
Maggie intentó calmarme.
Estaba desperada, giraba en 360 grados tratando de buscar una solución, porque mientras trataba de quitar peso a mi maleta, mi avión partió a México y tenía que pagar otro boleto, o esperar hasta el otro día para tomar otro vuelo, porque la aerolínea me dio esa opción.
Maggie me ofreció su casa mientras arreglaba mi maleta, pese a la advertencia de la Policía que le advirtió que no podía hacer eso y que estaba en riesgo de que la arrestara, porque el personal del aeropuerto no puede tener contacto con los pasajeros, en prevención de cualquier delito.
Sin embargo, ella los reto y les dijo que no le importaba, que la arrestaran o que ayudaran.
Los policías le dijeron “no tiren la maleta, sabes que eso es un delito”
Cuando el avión se había ido, fue terrible, me sentí realmente perdida, y no salía de mi mente la imagen de los negros que había visto durmiendo en el suelo del aeropuerto.
Para mi sorpresa, el hombre de color sacó de su bolsa dinero y me dio 30 euros. Maggie y la holandesa asintieron que los tomara. Realmente me sentí muy apoyada y a partir de ese momento dejé de sentir miedo.
Era claro que había ángeles que me estaban ayudando. Entonces me avergoncé de mi desesperación y en ese momento decidí calmarme y resolver todo. Limpie mis lágrimas. Di las gracias todos y acepté hacer la fila para pedir un nuevo vuelo. La hija de la holandesa me dijo que fuera en paz, porque Maggie ya había hablado por mí.
Cuando estaba en la fila, Maggie, una negra de nacionalidad francesa, me dijo que podía quedarme en su casa, me dio su número telefónico y me indicó donde iba a estar cuando terminara mi entrevista en Air France, empresa para la que trabaja.
Me arme de valor para cualquier respuesta.
Al llegar a la ventanilla, el funcionario Aeroportuario me pidió mi pasaporte y tras revisarlo, me dijo “30 euros”.
¿Cómo?
“¿Tiene 30 euros para pagar su boleto a México?. Y, corra porque sale en 30 minutos”.
Ya no quería llorar, pero al escuchar eso y sentir en mi mano los 30 euros que me dio ese hombre, ese ángel, del que no supe su nombre, fue inevitable volver a hacerlo.
Las lágrimas salieron solas y pensé esto es Karma, yo no quise fotografiar a los africanos y justamente fueron un par de ellos los que me ayudaron a regresar a mi país.
Al tener el boleto en mi mano, el empleado de Air France me repitió ¡corra, vaya a su México querido!
Al hacer la fila para entrar a la sala de espera, vi a Maggie, era la encargada de esa área. Cuando supo que me habían vendido el boleto de regreso me abrazo muy contenta y yo muy agradecida con ella.
Parecía de película, toda la tripulación de Air France me veía con mucha simpatía y yo a ellos.
Así que no puedo decir que los franceses sean fríos, ni indiferentes, conmigo fueron cálidos y solidarios.
Cuando llegue a mi amado México esa maleta seguía pesando mucho, aunque Maggie la dejo en 23 kilos y ya no me cobraron sobre peso, pero antes de dormir y dar gracia a Dios por regresarme sana y salva, escribí en la pared:
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