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EL ATICO
22/07//08

MARIO A. CAMPA LANDEROS
 

A lo lejos, en los medallones de los altos ventanales del  Club Primera Plana, la luz resplandecía.

Después de una comida y en medio de gran algarabía, el grupo de amigos periodistas disfrutaba la vida con cantos, plática, juegos y poesía, en el ático, ese vetusto arcón  de una sonrisa y buhardilla  bohemia y  alegría.

Si me permiten, quisiera, por un momento, interrumpir la fiesta de los cuates, celebrada de miércoles en miércoles, de cada semana a mediodía.

Decirles lo que siento y ahora me lastima.

Hoy quiero llorar.

Y quiero hacerlo para recordar en homenaje a mis amigos.

Son los muertos y los vivos que siento en la soledad estar conmigo.

Hoy quiero llorar, pero no puedo;

me lastima y me hiere la nostalgia cada día.

¿Por qué este día?

Si nada tiene de especial la tarde.

¿Será la lluvia? o ¿acaso este momento caluroso en agonía.

No sé quién dijo que en la tristeza, en noches de alegría, siempre tocan a duelo las campanas.

El tannn... tomm... timm de la iglesia de la esquina, San Hipólito…“San Juditas”, todos llaman, es lo que hieren lastimera mis oídos.

Quiero llorar, pero no puedo.

Aquí entre los amigos domina en el ambiente la risa, el recuerdo, la distancia y los olvidos.

Los sentimientos chocan.

Sueños.

En un rincón, el dominó de la vida juega entre sus dedos.

La voz de Othón -de los Villela Larralde- de Zumpango retumba.

Y nos recuerda la Puebla de los Ángeles, de antaño,

de un triste duelo de un enamorado

contra la espada de todo un caballero.

Recuerda el bardo, a demanda mía, con pasión a don Gregorio,

bisabuelo de Rosaura Cruz de Gante.

Los nombres y los años se pierden en mi tiempo, en mi cabeza.

Un día de mil quinientos, no se cuánto...

Othón explica y recuerda a Gutiérre de Cetina

para darle dulce sabor al poema de Gregorio;

el romántico, el último, tal vez el más querido.

Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.

Y vemos en los labios del poeta:

“Oculta en el silencio y la tiniebla….”

-¿Quién va?

-¿Quién quiere y puede rondar esta casona…

Y la imaginación retoma el vuelo

 nos lleva a sentir y ver el choque de armas convertido en chispas

 como luciérnagas que alumbran el balcón de la bella Leonor de Ozma,

 otra sin par Rosario,

 espantada al sentir  la muerte entre engarzados barrotes del barandal de su ventana.

La muerte llama y el asesino huye.

La voz del moribundo aún se escucha:

“Ojos claros, serenos… ya que así me miráis, miradme al menos”.

  

La voz lastima. Quiero llorar, pero no puedo.

La imagen cambia y se revela.

Oigo la voz de Jorge.

 El bonachón. El hermano Coo de todos

 Y, principalmernte, del Rentaría, Teodoro amigo y protector. El de la mano fraterna y dador de favores a todo aquel que se lo pida.

Aquí en esta buhardilla luminosa recuerdo al único bohemio chino-mexicano nacido en Veracruz con alma de cubano.

Su voz, la melodía, el ritmo guapachoso: “Monta mi caballo que está en la cerca de aquel camino real…”

Así, con sus manos extendidas

como si quisiera acariciar el mar.

Murió Jorge en casa de asistencia, abandonado, solo.

Sin  teclas de piano, sin cuerdas de guitarras, mujeres…

y sin cruces en sus manos.

Y más han muerto.

Pero dejemos que los muertos entierren a sus muertos.

El ático.

Al fondo miro sopeadores,

jugadores de dominó como pareja de campeones

disfrutado su juego en mesa de madera,

a la entrada muy cerca de la barra. La cantina.

Josué, el del difícil apellido, el poeta, el soñador, el de los ojos “de cierva o de venado”;  Salvador, el que brinda en un mundo de mujeres, los Toños, los Guillermos, los Carlos, los que siguen...

La retadoras mira y es de palo.

La mula ahorcada, el zapato, la copa y la palabra,

la cuenta de puntos que nadie pierde y tampoco nada ganan…

Y juntos, vencedores de muerte y triunfos en la vida

Celebran todo con risa convertida en carcajada.

Quiero llorar, pero no puedo.

Y toco las cuerdas de guitarra y me voy cantando en el silencio.

“Quiero morir, porque morir anhelo,/ Después de haber sufrido tanto y tanto/…

No reniego de mi patria idolatrada./ Ni de Dios ni de la naturaleza./Sólo sé que seres pobres como Yo/ sólo estamos de estorbo aquí en la tierra./ Sólo sé que seres pobres como Yo/ sólo estamos de estorbo aquí en la tierra”.

El ático, la buhardilla y el bohemio.
 

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