POR MIS PLUMAS
Personajes y Entrevista
Invitadas
Ciencia y Tecnología
Video

Encuesta

PowerPoint:

 

 

POR MIS PLUMAS
04/12//07
 

Testimonio

*  Desaparecen la columnas

Por ELVIA ANDRADE BARAJAS

-- Quinta Parte ---

Un buen día, al llegar a la redacción, me recibieron con la noticia de que a partir de entonces estaban canceladas las columnas.  Lo primero que pensé fue que yo era culpable por haber escrito sobre el patrón, a quien yo bautice como “El Príncipe”, porque es un hombre joven, apuesto, millonario y muy educado.   A la fecha, así lo recuerdo.

Durante horas no quise hablar del asunto, pero cuando más culpable me sentía de haber perjudicado a mis compañeros, uno de ellos, no recuerdo quién dijo que Moreno había declarado a Proceso que las columnas se habían cancelado, porque se habían entregado al servicio de intereses ajenos al de Excélsior, señalando a Vicente Monroy, a quien acusó de corrupto, por su relación con Víctor González, “El Doctor Simi”, pero hasta donde recuerdo Monroy no era columnista y mucho de lo que se publicaba del candidato independiente a la Presidencia de la República era facturado.

Ignoro si Monroy demandó a Moreno por daño moral, pero si él hubiera querido, creo que su demanda sí habría prosperado, principalmente porque tenía tiempo que no escribía en el periódico, sólo remitía publicidad.

Sin embargo, nadie se movía.  Todos estábamos en shock.

Eran cerca de las 20 horas del martes 24 de enero de 2006, cuando volvió a entrar una turba de policías y guardaespaldas.  Cada uno tomo una posición dentro de la redacción y momentos después entró “El Príncipe” junto con muchos hombres.  Decían que entre ellos iba Olegario Vázquez Raña.

Entraron a la dirección y después de un buen rato salieron.  Heredia iba con ellos y presentaba a Vázquez Raña a cada uno de los reporteros.  Al llegar a mi lugar, el primero en saludarme fue “El Príncipe”.  Heredia me presentó a Vázquez Raña, a quien por la emoción le dije:

Mucho gusto en conocerlo.  Aprovecho la ocasión para agradecerle que nos rescatara.  Sabemos de su proyecto de reposicionar a Excélsior en el lugar que le corresponde y estamos muy felices de que así sea.

Gracias, respondió y agregó: “no se preocupen, todo va a cambiar.  Mejoraremos el equipo, el edificio y ustedes van a estar muy bien, porque ha de saber que toda la gente que trabaja conmigo esta muy feliz, porque yo soy muy espléndido, ya verá. Su oficina será muy bonita, con equipo muy moderno y avanzado, que le ayudará a eficientar su trabajo.  Usted lo va a ver, va a estar muy contenta con nosotros.  Tenga confianza”.

Tras afirmar esto, quise captar ese momento extraordinario y le pedí que si podíamos tomarnos una fotografía, pero cuando vio mi cámara, exclamó

-- ¡Es una digital!, ¿no que no tenían dinero?

__ Esta me la regaló mi esposo en Navidad, le explique al tiempo que Armando Heredia le dijo que nuestras limitaciones eran graves, pero que la mayoría teníamos otro trabajo o que nos mantenían nuestras parejas.

Al escuchar esto, aproveché para preguntarle a Heredia

¿Ahora sí me van a poner Internet?, por lo que Vázquez Raña intervino:

__ ¿Acaso no tiene?
 
-- No, mi sección no tiene.

__ No se preocupe, a partir de hoy lo tendrán todo.  El destino les cambiara.  Van a estar muy felices, ya verá.  La gente que trabaja para mí está muy bien.  Yo soy muy espléndido.  Me gusta que los que colaboran conmigo vivan bien.  Lo único que censuro es la mentira.  Cuando Heredia y el otro muchacho, cómo se llama, ah sí De Anda, fueron a proponerme que comprara Excélsior, les pedí que me dijeran las cosas como eran y que si encontraba una sola mentira, por mínima  que fuera, no había trato.  Hasta hoy no me han fallado. Yo le tengo mucha confianza a este hombre, dijo Vázquez Raña, mientras sujetaba del brazo al hasta entonces presidente del Consejo de Administración de Excélsior, a quien le dijo: “ocúpate de que esta sección tenga Internet”.

Cuando mencionó eso de “soy muy espléndido”, inevitablemente pensé: ¿y, ese letrero de A PARTIR DE HOY NO SE REGALAN LOS PERIODICOS, SON PROPIEDAD DE EXCELSIOR”, que estaba colocado en la entrada del edificio y en los elevadores?...Después entendí que era parte de la estrategia.  Del plan hecho mucho tiempo atrás.

Ahora todas las piezas encajan:

Propiciaron el empobrecimiento del diario, cerraron todas las fuentes de ingresos, principalmente de la publicidad, que se fue en picada porque no pagaban comisiones, y al no percibir un quinto, los publicistas se alejaron.

En ocasiones no había ni para pagar papel y tinta, pero milagrosamente siempre había “una mano salvadora” que llegaba al rescate: la de Vázquez Raña.  Todos creíamos que se trataba de Mario, el dueño del Sol de México, pero el tiempo se encargó de despejar la duda, y demostrar una vez más que “el que pervesea, perdón persevera, alcanza”.

Sin embargo, hice a un lado esos pensamientos y feliz exclame: ¡Excelente! –parecía un perrito muy alegre, de esos que mueven la cola cuando llega el patrón – todo va a estar muy bien, añadí, pero lastima por los viejos, por los que no fueron recontratados, le dije al millonario que acababa de comprar Excélsior.

__ No, no lo lamente.  Habrá nuevas recontrataciones, y hoy voy a dar instrucciones de que se de preferencia a la gente de Excélsior.  Por favor, Heredia, recuérdeme eso, es muy importante para mi no sólo rescatar un edificio, sino también a la gente, es lo más importante, ¿no cree?.

“Y, ¿los jóvenes, señor?, preguntó Raquel Fernández, quien tímidamente se acercó para la foto y despejar sus miedos.

Con una amplia sonrisa, el dueño del Grupo Angeles, el Grupo Imagen, de los hoteles Camino Real y muchos otros negocios importantes, le respondió a la reportera:

__Muy bien, les irá muy bien.  No se preocupe.  Y, así fue.

La platica fue interrumpida por los hombre que iban con él, entre ellos “El Príncipe”, quien como siempre saludó calurosamente, por lo que espontáneamente le comenté a su padre:  “su hijo es un hombre muy sencillo y educado”,

__¡Más le vale!, respondió con tono fuerte y seguro, mientras lo miraba con aceptación.

Tras despedirse, la calma volvió a la redacción.

De repente llegó ante mí un hombre delgado, güerito, de rostro amigable, de unos 30 ó 35 años, no más.  Al tiempo que abrió su laptop,  se presentó: “hola, soy Carlo Pini, por el momento seré enlace entre la dirección y los editores, para mejorar el contenido de las secciones.  ¿Podría decirme cuáles son sus necesidades, para mejorar la calidad y producción?.

-- ¡Todas!, le respondí, aquí trabajamos de milagro, empezando porque la sección Metropolitana no tiene reporteros asignados.  Los pocos que hay trabajan de todo.

__ ¿Tampoco tiene oficina?, preguntó mirando hacia las que estaban desocupadas, por lo que le expliqué:

-- No.  Podría tenerla si lo quisiera, pero la zona donde están los privados no me gusta, porque está muy sola y oscura.  Además me recuerda mucho a Víctor Guerrero, quien fuera jefe de la sección Editorial, y que murió de un paro cardiaco.  Por eso prefiero estar en la redacción, le dije, aunque omití comentarle que también ahí a veces se sentía lo mismo, especialmente cuando nos informaron que Ignacio Gutiérrez, reportero de Policía, había muerto, tras sufrir un accidente, pero lo peor fue que a los pocos días falleció su compañero Héctor Piña, igual que Guerrero.

Empero, ellos no eran los únicos que murieron.  En todas las áreas, tenían a sus muertos.  Fueron muchos los compañeros que no resistieron la adversidad, cayeron en depresión, porque había días que no tenían ni para comer, mucho menos para ir a trabajar.  Enfermaron y murieron.

Sin embargo, no le dije nada de eso a Pini, ¿para qué?

Posiblemente no lo entendería, así que nos concretamos a la lista de necesidades, pero en la primera oportunidad le pregunté ¿por qué cancelaron las columnas?, ¿fue por la que yo escribí de los Vázquez?

__No, para nada.  Esa les gustó mucho. Todos la leyeron, lo que pasa es que serán evaluadas  y volverán sólo las mejores.  Es transitorio. Seguramente la suya regresará.  Además tendrá una oficina muy bonita, secretaria, formador, diseñador, ¡todo!, ya verá.

POR MIS PLUMAS
16/12//07
 

Testimonio

Empezó “el juego de la silla”

Por ELVIA ANDRADE BARAJAS
-- Sexta Parte ---

Moreno, ya no regresó a las juntas, al menos en las que  yo estuve.  Marco y Carlo se encargaron de todo. Daban instrucciones.  Lo cambiaban todo. Un día Mónica Martín me comento: “nos ven con tal desprecio, que parece que fuéramos sus enemigos.  ¿Te has fijado que pasan junto a nosotros y casi nos tiran?  No me explico cómo le hacen para pretender no vernos. ¡Amiga, para ellos somos invisibles!.

Y, así era.  Lo comprobé en una ocasión que pedí una hamburguesa y no dejaron entrar al mensajero del restaurante, porque supuestamente estaba prohibida la entrada de alimentos.

En lo personal no me pareció raro, porque pensé que como iba a ser una empresa moderna, aplicaría las normas de algún ISO, pero cuando más convencida estaba de eso, veo entrar a un par de chavos, amigos de Marco y Pini, con grandes bolsas de comida.  y refrescos.

Para ellos sí había comida y todo, para nosotros no.

Las distancias se habían marcado.  Ellos eran los buenos, nosotros los que sobrábamos.  Los enemigos a vencer, a destruir.

Desde la aparición de Marco en escena, casualmente empezó “el juego de la silla”, ya que si alguien extraño se paraba atrás de uno de nosotros, al otro día ya no lo dejaban entrar y el que quedaba en su lugar era aquél que le pisó la sombra.  Alguien que venía de reforma, Universal o Milenio.  Llegaban como un ejército, pero bajo la estrategia de “operación hormiga”.

Lo curioso es que no se había cumplido ni el mes, pero ya corrían a la gente, con cualquier pretexto, y lo que pasaba es que muchos amigos de Marco, de Pini, de Moreno y de todos ellos los llamaban diariamente a sus celulares para pedirles trabajo.

En una ocasión, Marco recibió una llamada y se alejó hacia las escaleras en busca de privacidad, pero a los pocos minutos tuve que ir al baño.  Casualmente lo escuche decir: “ten paciencia.  Esta semana empiezo con los editores”, al darse cuenta de que lo había escuchado, levanto los hombros, como diciendo “ni modo”, y subió al quinto piso.

Esa llamada fue un viernes y el lunes ya no dejaron entrar a la editora de Sociales, Noemí Atamoros; Espectáculos tampoco tenía editor, toda vez que Arturo Rodríguez, prefirió irse a trabajar a un periódico a Canadá; y ya habían corrido al de Deportes y al de Culturales, quienes eran reemplazados por jóvenes de Milenio y Reforma.

Los que quedábamos éramos Angel Soriano Carrasco, de Estados; Rafael Medina Cruz, de Seguridad y Justicia; y yo de Metropolitana.

Una tarde, ya de febrero de 2006, llegó un chavo de unos 26 años, vestido con pants, tenis y una mochila de futbolista.  Su aspecto era desaliñado, pero su seguridad lo salvaba.  Tenía actitud, por lo que le pregunté: ¿vas a trabar aquí?...”sí, soy el nuevo editor de Deportes”, más tarde comprobé que no mentía.  Asistió a la junta editorial de las 18:00 horas.

Ese día estuve muy pensativa y analítica.  Tantos cambios eran sorprendentes en tan poco tiempo.  El dinero hace maravillas, pensé, al recorrer con la vista las instalaciones de la redacción, que ahora lucía diferente, y sólo porque la habían limpiado y pulieron el piso.  Brillaba.  Había gran movimiento y guardias en todos los pisos.

El segundo, me intrigaba especialmente, por ese bajé para ver qué hacían.  Quedé sorprendida.  En menos de un mes tiraron los baños de hombres y mujeres.  Habían derribado todas las oficinas y desde la puerta se veía hacia la calle.  Los árboles del paseo de la Reforma lucían un verde brillante espectacular, por el reflejo del sol en el atardecer.

Antes, en ese lugar, todo era oscuridad, sin importar la hora ni la estación del año.

Ese día, como muchos otros saludé al Príncipe, pero en esa ocasión le dije: Felicidades están haciendo maravillas.  Lo han transformado todo.

__ Y, espérese falta mucho, ya verá qué bonito va quedar todo.  Le va gustar mucho.  Su oficina será muy bonita.   Va a ser muy feliz, ya lo verá.

A los pocos minutos de despedirme de él, Marco me dijo que cambiara la principal de Metropolitana por una nota que se dio en una estación de radio y que en unos minutos me la iba a traer un chico que lo apoyaba a monitorear los medios electrónicos.

__”Hola, soy Carlos.  Esta es la información de radio que va como principal a la Metro”, me dijo el mensajero de Carlo.

A partir de eso momento se convirtió en mi sombra, pero no advertí que ya jugábamos a “la silla”.  El era amigable, hasta que por la noche del 12 de febrero, Emilio Velásquez me pidió que le regalara la revista Día Siete de El Universal, que integraba parte de la colección de diarios que nos daban a los editores.

Al contestarle que no podía dársela como en otras ocasiones, porque ahora eso era considerado como robo, Carlos volteó a verme con detenimiento.  Horas más tarde cuando platicaba con Mónica Martín, ambas sentimos como nos observaba.  Ella me comentó “nos ven como enemigos”.

Y, así era.

Lo comprobé el 13 de febrero, cuando al llegar al periódico me encontré a Minerva López Méndez, columnista de “Café con Letras”, que al verme se paró y me abrazó como si fuera a saludarme, pero en vez de ello me dijo al oído: “no te asustes.  Ya no te van a dejar entrar.  Hay una lista de los que correrán hoy.  Tómalo con calma y vamos a tomar un café”.

Sin dar crédito a lo que escuché, por las promesas de los Vázquez, en el sentido de que mi oficina sería bonita y que iba a ser muy feliz, me acerqué a la policía y le pedí la lista de empleados para firmarla, pero ella me respondió con tono frío y de perdonavidas: “Déjeme ver.  Sí, aquí está.  Sí, usted ya no puede entrar a las instalaciones, retírese y mañana venga al Jurídico. Allá arregle su situación.”.

Tras decir esto, guardó nuevamente su larga lista. Con gesto prepotente me ignoró y se volvió a platicar con sus compañeros.   Minerva me esperaba en la puerta. Cariñosa me abrazó, como consolándome.

¡Vamos a tomar un café!, me dijo en tono imperativo, pero mi primera reacción fue decirle: “no, ya me voy a mi casa”.

¡No, de ninguna manera!, ¡Parece que no te has dado cuenta que te han humillado.  Han pisoteado tus derechos humanos.  No pueden correrte de esa forma.  ¿Acaso a ti te contrató un policía?.  No, fue el director general, le respondí.

__Entonces vamos a tomar el café! Me dijo convencida y mientras avanzaba la conversación me cayó el veinte de que efectivamente habían atropellado mi dignidad, así que le dije a Minerva:

--Sabes, voy a regresar y exigiré hablar con Moreno, que me explique qué fue lo que hice para que me tratarán de esa forma”.

__¡Vaya, hasta que reaccionaste!, ¡debes defenderte!, exclamó.

Mientras íbamos de regreso a Excélsior, pensaba que tenía la obligación de sentar el precedente de que no nos tratarán así, principalmente por mi calidad de periodista, ya que me dije a mi misma: ¿qué clase de periodista soy, si no puedo defenderme a mi misma?

Entonces me convencí de que era mi obligación levantar la voz, denunciar, no callarme como lo hicieron la mayoría de mis compañeros, quienes no tuvieron la fortuna de encontrarse con alguien como Minerva, que los sacudiera y le hiciera comprender que aunque los nuevos patrones fueran millonarios, no tienen derecho a pisotearnos, mucho menos después de tantas promesas hechas.  

Al llegar de regreso al periódico y pedir hablar con Moreno, los policías se portaron, como siempre.  Altaneros. Renuentes a comunicarse con el director editorial.

Sólo cedieron cuando les dije que no me iba a ir de ahí hasta que hablara con ese hombre y que me diera las razones por las que corría, toda vez que me negaba a aceptar ser despedida por un policía, que además me impedía sacar mis pertenencias, como si hubiera cometido un delito.

Pasaron dos horas y nada.  Me decían que no podía recibirme, porque estaba muy ocupado.  Por lo que insistí en verlo y ante la altanería de los uniformados, les dije que si me iba de ahí sería directamente a los medios de comunicación, para informar sobre el maltrato de que éramos objeto los empleados de Excélsior.

Fue así como se movilizaron y entonces Moreno, envió a Carlo Pini y a una de sus adquisiciones de El Universal, un hombre con huellas de acné en el rostro, de quien nunca me aprendí su nombre.

Ambos iban como “embajadores de paz” , y a nombre de Moreno bajaron para darme una disculpa por lo ocurrido, pero ratificaban la orden de despido, por lo que insistí en hablar con el director, pero  aún me decían que estaba muy ocupado.

“No importa, les dije, lo esperaré hasta que salga e incluso esperaré al licenciado Olegario Vázquez para informarle del atropello de que he sido víctima y de la forma cómo están corriendo a los empleados, y si ninguno de ellos me atiende iré a los medios.

Tras escuchar esto, me dijeran que estaba en mi derecho de hacer lo que quisiera y que comunicaría a su jefe sobre mi disgusto.

Después de que se despidieron, a los pocos minutos el guardia del acceso de Bucareli recibió la orden, a la que sólo contestaba: “sí señor, sí señor”. ...


El contenido de los artículos es responsabilidad exclusiva de los autores. Todos los derechos están reservados.
Queda prohibida la reproducción parcial o total del material publicado.
 Reportajes Metropolitanos - Derechos Reservados © 2006  www.reportajesmetroplitanos.com.mx