__ El señor Moreno la va a recibir en 20 minutos, dijo el uniformado, al tiempo que cambio su trato déspota por uno amable, que mantuvo mientras me acompañaba a subir, por las escaleras, a la redacción, y en el trayecto confesó que “esta bien que no se deje. La verdad nosotros no sabemos por qué nos dieron la comisión de correrlos, si viera todo lo que hemos visto y escuchado. Ustedes son periodistas y tienen muchos amigos, eso deberían verlo ellos, ¿verdad?
Al llegar a la improvisada oficina de Moreno, platicaba con Pini y compañía. Después de unos minutos salió y cordialmente me saludó, ya estaba enterado de los pormenores, por lo que serenamente me dijo “lamento mucho lo ocurrido. Ignoro quién dio la instrucción de hacer las cosas así”.
Fue entonces cuando le externé mi descontento por las humillaciones sufridas, no sólo a mí, sino a todos los compañeros que habían despedido días antes, pese a que tenían un contrato laboral por dos meses, que habían firmado en la Junta de Conciliación y Arbitraje y a que Olegario Vázquez había externado en varias ocasiones que conservaría a la gente, lo cual sólo cumplió a unas 20 personas, de las cuales la mayoría eran becarios y eventuales. Sólo algunos eran cooperativistas.
Mi duda personal era ¿por qué me despedían, era malo mi trabajo, cometí algún error?, sinceramente no pretendía quedarme, sólo quería saber.
Antes de contestarme, Moreno desvió la mirada, se mordió los labios y tras respirar profundamente volteó a verme y me dijo: “no, no es nada de eso, lo que pasa es que nuestro proyecto es para gente joven. Fuerte, de sangre nueva y después de los 35 años ese perfil ya no se cubre”.
¡Me corren por vieja!, ¡para ustedes la tercera edad empieza los 35?, le pregunte incrédula de lo que escuchaba, aunque ya sabíamos que así sería, porque ningún diario quiere gente mayor. Buscan a los chavos, para pagarles poco, explotarlos mucho y correrlos al poco tiempo, para que no hagan antigüedad y no les causen problemas.
Sus palabras fueron como hielo, pero me parecieron muy irónicas venidas de alguien que con mucho rebasa los 35, por lo que sólo atiné a contestarle:
--¿Entonces, usted tampoco esta dentro del proyecto?, se ve mayor de los 50.
El silencio fue la respuesta, por lo que al ver lo irremediable del caso, le advertí que informaría al “Príncipe” de cómo trataban a la gente.
“Está en su derecho, hágalo, y aunque no me crea quiero que sepa que no sé quién dio la orden de utilizar esos métodos tan inhumanos. Es más le ofrezco que si no lo encuentra hoy, porque no está, venga mañana y yo la paso con él”. Parecía sincero. Con su serenidad y aplomo me engañó. Hubiera engañado a cualquiera.
Al llegar a la redacción, no me sorprendió encontrar que en mi lugar habían movido mis plantas ni que Carlos hacía los trazos de la sección Metropolitana e intentaba dar la apariencia de que no me veía.
Cuando salía con algunas de las plantas, Alfonso Millares me preguntó ¡qué pasó?, y tras platicarle lo ocurrido me dijo:
__¡Son fregaderas!, aparte de que nos despojan, porque pagaron una miseria por el periódico, aprovechándose de nuestra necesidad, de pilón nos tratan de rateros y nos humillan. No te dejes. Ve a los medios, si ya empezaste a levantar la voz, no guardes silencio.
La palabras de Millares me convencieron de que debía denunciar tal atropello, no sólo el mío, sino el de todos, pero cuando estaba determinada a ir a los noticieros de la noche, alguien me apretó del brazo y me dijo “buenas noches”, al voltear para responder mi sorpresa fue mayúscula, ¡era el Príncipe en persona!.
¡Que bueno que lo veo!, exclamé espontáneamente, pero quizá mi rostro estaba marcado por el rictus del enojo, por lo que al verme de frente me dijo: “por qué, qué pasa?...
__ Pasan muchas cosas, le respondí, me acaban de correr.
¡Pero cómo! ¿Por qué?, pregunto con sorpresa a lo que le pregunté: ¿Puede atenderme unos minutos?.
“¡Claro que sí, vamos a mi oficina”, visiblemente alterado “El Príncipe” se dirigió a la dirección general, pero estaba cerrada y con las luces apagadas, por lo que a unos pasos de ella se detuvo en la redacción y dijo: “explíqueme ¡qué paso, qué le dijeron, quién la corrió?
En breve le informé de todo. Mientras me escuchaba, su rostro enrojecía y movía negativamente la cabeza. Al ver esto, Carlos, dejó de hacer la Metropolitana y como un centinela corrió hacia la oficina de Moreno, supongo que para ponerlo al tanto de lo que ocurría.
-- No, eso no es correcto. No deben tratar así a la gente. Esas no son formas. Mire le voy a dar mi teléfono y se comunica mañana conmigo a las 13:00 horas, le dice a mi asistente personal, Sandra, que estoy esperando su llamada. Déjeme investigar qué pasa y lo le voy a responder.
Ante la deferencia del Príncipe, quien actualmente es presidente de Excélsior, vicepresidente del Grupo Angeles y director general de GEA, aborté la intención de ir a los medios de comunicación. Mi queja había llegado a las manos indicadas, así que decidí tener paciencia y esperar.
Al bajar al estacionamiento, los guardaespaldas del “Príncipe” me preguntaron ¿por qué se va tan temprano?”..al platicarles lo ocurrido, se sorprendieron y me dijeron que aprovechara la oportunidad de hablar con Vázquez Aldir, porque aseguraron “él no es así, nunca maltrata a la gente. Es muy educado, caballeroso, nunca levanta la voz y es enemigo de las injusticias”.
Al otro día llame en punto a su oficina. Su asistente, Sandra, muy amable, me dijo que no sabía nada al respecto y me comentó que “el licenciado está en una reunión, pero en la primera oportunidad le informaré que habló y le regreso la llamada”.
Mi primer pensamiento fue que me había vacilado, así que preparaba todo para dar a conocer el maltrato a que sometían a la gente de Excélsior. Mi indignación era grave.
Cuando salía el teléfono sonó. Era Sandra, y con su clásica amabilidad se presentó. Me dijo que tenía instrucciones del licenciado Olegario Vázquez Aldir de darme una cita para hablar sobre lo ocurrido en Excélsior. Ella coincidió con los guardaespaldas: “dígaselo todo. El atiende muchos asuntos y no puede darse cuenta de todo lo que pasa en sus empresas. A él no le gusta que atropellen a la gente. Es un hombre muy humano. Aquí todos lo queremos, lo que pasa es que a veces le dan el poder a cada gente”.
La cita fue a los dos días en su oficina del Hotel Camino Real, de Mariano Escobedo.
La verdad me sentía privilegiada por sus atenciones y muy contenta, porque tenía la posibilidad de que sería reinstalada y que cesarían los despidos y humillaciones a mis compañeros. Era lo menos que podía esperar de un príncipe.
Al llegar al Camino Real, fui conducida a sus oficinas y ahí lo esperé varios minutos y mientras lo hacia no me quedaba de otra que observar la austeridad del lugar. Era una pequeña sala de juntas, con una mesa muy larga y con unas 15 sillas modernistas en tela de red negra.
En el lugar principal había un juego de oficina una calculadora, un portalápiz, con unas cuantas plumas, marcadores y un teléfono. Al fondo estaba una pantalla y al costado, en la pared grandes letras resaltadas en madera que decían: “Corporativo Hotel Camino Real”.
Era todo. No había cuadros, flores ni adornos. Imperaba la austeridad.
De pronto se abre la puerta. Era él, cordial y amable, como siempre, me saludó y tras ofrecer una disculpa por la tardanza, inmediatamente dijo: “no se preocupe, la voy a reinstalar en el mismo cargo y con el mismo sueldo, sólo déme tiempo, no puedo, no debo hacerlo inmediatamente, porque si así fuera vulneraría la autoridad de Daniel Moreno, no es conveniente, que desautorice sus órdenes, ¿qué le parece?”.
__ ¡Excelente, me parece excelente!, le respondí feliz.
“Pero cuénteme cómo pasó todo, a quiénes humillaron, a quiénes acusaron de robo. Platíqueme con detalle”.
La charla duró cerca de dos horas, y al final el panorama había cambiado, no sé que dije que cambió de opinión. Antes de concluir la entrevista me dijo: “bueno, déjeme ver qué puedo hacer por usted, no me comprometo a reinstalarla, debo estudiar el caso. Lo que sí le garantizo es que no habrá un solo despido más en esas condiciones y que se cumplirán los contratos firmados, pero tampoco me comprometo a que todos se quedarán. Qué tal si nos vemos en una semana y le doy mi respuesta”.
A dos días de ese encuentro, Moreno realizó una junta con todo el personal que quedaba del viejo Excélsior y les comunicó que estuvieran tranquilos, que trabajaran sin miedo, que no los iban a correr. “Esta es su casa”, les dijo.
Al tercer día empezaron a difundir en las estaciones del Grupo Imagen, spots en honor de las grandes plumas de Excélsior, que decían algo así como “Julio Sherer, Excélsior no te olvida”.
Realmente me sentía muy complacida por lo que ocurría, consideré que “El Príncipe” tomaba cartas en el asunto, y creo que me emocioné tanto que un día soñé que el rocío de su loción caía sobre mí como llovizna, mientras él se perfumaba. El aroma era muy peculiar, pero no sabía cuál era,
Días después caminaba por San Cosme, y al pasar por una puerta, que nunca antes había advertido, llamó fuertemente mi atención el olor de ese aroma que había soñado e instintivamente entré al lugar.
Era una iglesia. Desde la entrada tenía varios pensamientos inscritos, que parecían enmarcados por un frondoso árbol, cuyas ramas se extendían a lo largo del patio del templo. El pasillo y el altar estaban adornados con gardenias.
Al caminar hacia el altar para conocer a la santa patrona del lugar, el olor se hacía más intenso. No me quedo duda. Era el aroma que había soñado, pero lo que más me sorprendió fue conocer el nombre de la virgen: María Reparadora de los Daños.
Un escalofrío extraño recorrió mi piel cuando leí su mensaje, inscrito a un costado del altar. Decía: “TENIA QUE SER ASI. PRIMERO FUE EL JUEVES Y LUEGO EL VIERNES”.
Tras vivir esta experiencia, confié que la próxima entrevista sería para darme los pormenores de cómo y cuando me reinstalaría. Sandra, su asistente personal, me dio la nueva cita, pero en esta ocasión me recibiría en las oficinas de Grupo Imagen, que se ubican a espaldas del Hotel Camino Real.
El encuentro sería por la tarde, no recuerdo la hora, pero sí que al llegar a Grupo Imagen me impresionó la austeridad del lugar. Desde la recepción, los elevadores, las oficinas, las cabinas y la redacción de las estaciones de radio, sólo tenían muebles, escritorios, computadoras y televisiones de pantalla plana, sillas y sillones.
Sólo en el lugar de la recepcionista había un pequeño y discreto florero. Me sentía en una caja de hierro. No me gustó, e incluso pensé que si me había citado ahí quizá sería porque me reinstalaría en algún noticiero de radio, pero la idea no me gustaba. El lugar menos. Era tan frío e impersonal que supuse que ahí se me congelarían las ideas y eso que era primavera.
Estaba tan sumida en mis conjeturas que no me di cuenta en qué momento entró Daniel Moreno. De repente lo vi saludándome con amplia sonrisa, que le conteste igual, pero no pude dejar de exclamar para mi misma: ¡ave de mal agüero!.
El Príncipe aún no llegaba, por lo que le preguntè a la recepcionista si tardaría mucho. Se comunicó con Sandra e inmediatamente me dijo que pasara a la oficina del fondo y que ahí me atendería.
Al llegar al lugar indicado, me encontré con Ernesto Rivera Aguilar, director general de Grupo Imagen y Excélsior. Amable, como nunca, me saludó e informó que él me atendería porque “el licenciado Vázquez me pidió hablar con usted”.
Ahí, todo me empezó a parecer extraño. Rivera me indicó que me sentará frente a él.
Creo que inició la charla diciéndome que estaba ahí porque “El Príncipe” me apreciaba y que estaba muy indignado por lo ocurrido conmigo y los otros compañeros, pero “me pidió que atienda su asunto y que lleguemos a un buen arreglo”.
El hablaba y hablaba, yo sólo veía como movía la boca. Me preguntaba, ¿por qué no estaba ahí El Príncipe, por qué sí estuvo Moreno, por qué me citaron aquí?
--“¿Cuánto quiere usted?”, fue la pregunta a bocajarro de Rivera que me hizo aterrizar.
__¿Cómo, de qué habla?, le pregunté intrigada.
-- Sí, como le decía tengo la instrucción del licenciado Vázquez Aldir de ayudarla. El le propone que primero la liquide y después de un tiempo, que las aguas tomen su cause, recontratarla, por eso le pregunto ¡cuánto? , ¿cinco mil pesos por los días trabajados?
__ ¿Sólo hablamos de dinero?, le pregunté, mientras sentía que la sangre me hervía de vergüenza e indignación. Me había auto engañado. No había reparación de daño.
--Sí hablamos de dinero ¿cuánto?
__ Quiero la reinstalación, ¿es posible?
-- No, por el momento, no se puede. Sería vulnerar la autoridad de Daniel Moreno, por eso el licenciado Vázquez le pide paciencia. Espere. Regresará.
__ Entonces, ¿fue Moreno quien autorizó los despidos y las formas de los mismo?
-- Sí, pero no piense en eso. Olvídelo. No se cierre las puertas al retorno, no se sume a los enemigos. Son muchos los que nos atacan. Mire, Proceso es el que más duro nos tira, incluso esta semana le da la portada al licenciado Olegario y lo califica como “El Millonario Consentido”, Carmen Aristegui y otros periodistas “nos pegan” a diario.
-- No se sume a ellos. No se cierre la puerta. Aquí tiene mi teléfono. Llámeme cada fin de mes, y en la primera oportunidad yo la voy a contratar. Esa es la indicación que tengo. Confié en mí, por favor. Se lo digo mirándola a los ojos. No miento. Crea en mí. ¿Cuánto?...
__ Lo que marca la ley por despido injustificado y los días que trabaje.
Después de un estira y afloja acordamos que así sería. Al día siguiente fui por mi cheque, saqué mis pertenencias e incluso me firmaron un escrito autorizando que sacara mi grabadora, porque no tenía la factura, no podría llevármela, ya que si no comprobaba que era mía, entonces era propiedad de Excélsior y ahí se quedaría, como ocurrió con muchas de las cosas de mis compañeros, las cuales seguramente tiraron a la basura. Lo que querían era humillar.
Cuando salía del edificio, pensé: ¡consumado está!, no hubo reparación del daño, al menos para mí. El dinero se acaba. Yo amaba mí trabajo y sin que lo pidiera vislumbré la posibilidad de conservarlo, pero al menos me quedaba el consuelo de que muchos de mis compañeros aún seguían ahí.
Sin embargo, fue por poco tiempo. Al cumplirse los dos meses sólo recontrataron a algunos, unos cuantos cooperativistas, eventuales y becarios, a quienes deseo mucha suerte. Fueron afortunados, aunque no se si serán felices.
Empero, los que salimos, igual que ellos seguimos siendo periodistas. Yo inicie un proyecto personal y decidí darle carpetazo al asunto, aunque tenía mis dudas sobre hablarle a Ernesto Aguilar. Aún me quedaba la esperanza de regresar.
Pero, cuando José Manuel me pidió participar en su libro con mi testimonio, entendí aquélla frase de la Iglesia María Reparadora de los Daños: “TENIA QUE SER ASI”. Comprendí que mi obligación es denunciar el crimen moral que se cometió con la gente de Excélsior, quizá por eso me toco vivir esta historia.
Nunca sabré si Rivera habló con la verdad. De lo que sí estoy segura es que yo no me cerré las puertas. Fueron ellos quienes me las cerraron.
Este es mi testimonio integro publicado en el libro el Asalto Final de José Manuel Nava, asesinado 10 días después de la presentación del mismo.
Por ELVIA ANDRADE BARAJAS
--Décima y última parte --
Días después de que el libro Excélsior, El Asalto Final estuviera impreso y listo para su presentación, José Manuel me pidió que publicara en este portal la invitación para el evento, que sería el 6 de noviembre de 2006. “Quiero que todo mundo vaya. Que todos lo lean”. Bajo esa consigna, sentí la confianza de enviar la invitación por e-mail a todos nuestros contactos, entre ellos al “Príncipe” y a Ernesto Rivera Aguilar, sin imaginar que su reacción sería inmediata.
“Comunícate conmigo. Tengo algo importante que platicarte”, fue el breve mensaje que envió Nava. ¿Qué paso?, le pregunté telefónicamente.
__ “Quién crees que me hablo para preguntarme sobre el libro, cuánto cuesta y dónde lo podía encontrar?
-- No sé, ¿quién?
__ “Pues nada más y nada menos que “El Príncipe”. Oye, por cierto se va a creer mucho cuando lea cómo le dices. Creo que exageras un poco, aunque sí, es cierto, es todo un caballero. Hombre educado, bien parecido, culto, pero no te confíes”.
-- ¿Qué te dijo?
__ “Que le llegó una invitación a su e-mail para la presentación del libro y que quería comprarlo para leerlo, lo que no me explicó es quién le hizo el envío, yo no fui”.
-- “Yo lo hice, respondí, me pediste que invitara a todos los que conociera. ¿Estuvo mal?.
__ “No, estuvo bien. Tenía que enterarse, es sobre ellos.
--- ¿Y, qué paso?
__ “Me dijo que ya sabía que escribía ese libro y que le interesaba leerlo, así que le ofrecí un ejemplar. Me preguntó cuánto costaba, le dije que 130 pesos, y me contesto que enviaría a su chofer con un cheque a mi departamento para recogerlo”.
--- ¿Y, tú que le dijiste?
__“Que si tenía fondos jajaja….”
--- ¿Cómo te trato?
__ “Bien, muy amable. Alegre. Sonriente, pero dejo claro que compraba el libro y que sería uno de los primeros en leerlo.
--- ¿Envío al chofer?
__ “Sí, acaba de irse. Me pago con un cheque por 130 pesos, que créeme, nunca cobraré, porque lo que hicieron no tiene precio”.
Después de esa llamada telefónica, en octubre de 2006, José Manuel se dedicó de lleno a la presentación del libro, pero a finales de ese mes, volvió a llamar:
__ “¡Ya salió el peine!. A ver si puedes investigar la veracidad de un rumor que corre como reguero de pólvora en medios periodísticos, sobre que Olegario Vázquez Raña compro Excélsior interesado sólo en la propiedad, para edificar sobre Reforma otro Hotel Camino Real, que le dejaría más dinero, mucho más que el periódico, al que según dicen algunos enterados tiene planes de trasladar a un predio allá por Vallejo. Checa sí eso es cierto”.
--¡Pero con quién, a quién le pregunto?. Tú sabes que los rumores se confirman o desvanecen con el tiempo. Esperemos.
__ “Ok, pero si sabes algo me avisas. Sería muy lamentable que todo lo ocurrido sea sólo por un hotel, muy lejos del rescate periodístico que prometieron, porque lo que sí es un hecho es que a Excélsior no lo reposicionarán jamás en el primer lugar que tuvo, porque ellos son comerciantes y extranjeros, no periodistas ni mexicanos. A ellos no les importa el periodismo y mucho menos México. Utilizan a ambos para su beneficio.”
Después de esta llamada, hubo otras más breves. La última fue el 15 de noviembre de 2006, para avisarme que al día siguiente enviaría por correo electrónico el texto integro del libro para que lo publicáramos en este portal, pero esa noche o en el transcurso de la madrugada lo asesinaron y el 16 de noviembre lo encontraron muerto en su departamento de Varsovia 3.
A la fecha su muerte esta impune y el rumor de que Excélsior se convertirá en un Camino Real sigue vigente.
El tiempo pondrá todo en su lugar y algún día sabremos que pasó con nuestro querido y admirado amigo- compañero José Manuel Nava Sànchez, quién y por qué lo mataron. En tanto esto no ocurra el reclamo de justicia será permanente.