Dame ¡oh! Señor un hijo que sea lo bastante fuerte para saber cuando es débil
y lo bastante valeroso para enfrentarse consigo mismo cuando sienta miedo.
Un hijo que sea orgulloso e inflexible en la derrota honrada y humilde
y magnánimo en la victoria.
Dame un hijo que nunca doble la espalda cuando debe
erguir el pecho, un hijo que sepa conocerte a Tí
y conocerse a sí mismo, que es la piedra
fundamental de todo conocimiento.
Condúcelo, te lo ruego, no por el camino cómodo y fácil,
sino por el camino áspero, aguijoneado por las
dificultades y los retos; ahí déjale aprender a sostenerse
firme en la tempestad y a sentir compasión por los que fallan.