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                     Por Sara Lovera.  
                      Fotos: Frida Hartz  
              MEXICO, DISTRITO FEDERAL, Febrero 17, 2011-.-  Esmeralda hoy tiene 13 años, estudia la secundaria y    está convencida de que terminará la universidad. El sueño de Esmeralda es    posible, a pesar de ser hija de una recolectora de la Central de Abasto. 
              Desde que nació y hasta los cuatro años de edad, vivió en los    campamentos de recolectores de orgánicos e inorgánicos ubicados a un costado    del conglomerado de compra y venta de hortalizas, frutas y mercancías más    grande de la ciudad de México. 
              Antes de los seis años, Esmeralda deambulaba con su mamá por    los pasillos, corredores y andenes de la Central de Abasto, hasta que los    educadores de calle convencieron a su mamá de llevarla al Albergue para    niñas, niños y adolescentes de la Central de Abasto. 
              Ubicada en el oriente de la capital del país, la Central de    Abasto de la ciudad de México está instalada en 304 hectáreas, comercializa    30 por ciento de la producción hortofrutícola nacional, cuenta con 1.881    bodegas en el sector de frutas y legumbres, y 338 bodegas en el sector de    abarrotes y víveres. 
              
                      
                        
                            
                              Estimulación al intelecto.  | 
                            
                                  Uriel.
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                                  Áreas de descanso.
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              A la Central, como se le conoce coloquialmente, acuden    alrededor de 300.000 visitantes cada día. 
              Uriel tiene siete años. Nunca ha ido a la escuela, pero sabe    cómo sobrevivir entre los pasillos y andenes donde, junto con sus padres,    pasa sus días recolectando y pelando frutas y verduras. 
              "Me dicen el bato, el mero, mero bato", señala Uriel    doblando los dedos angular e índice, al tiempo que agita la mano. "No    más vengo aquí, a la escuela no me gusta", aclara frunciendo el seño y    con cara larga. 
              Esmeralda y Uriel dejaron el trabajo infantil para aprender a    ser niños, como expresa la directora del albergue, Patricia Ortiz. "De    no haber sido por el albergue, Esmeralda trabajaría como recolectora, al    igual que su mamá, nunca hubiera ido a la escuela", asegura. 
              Este albergue le arranca a las estadísticas del trabajo    infantil 200 niñas y niños al día. La mayoría tiene que pasar por la clase de    alfabetización y socialización, antes de ir a la escuela, como es el caso de    Uriel. 
              "Si los aventamos así, se sienten fuera de lugar, y por    eso la primera tarea que hacemos es alfabetizarlos y socializarlos porque son    niños acostumbrados a estar con los adultos y, primero, hay que meterlos al    mundo de los niños", explica Ortiz. 
              
                      
                        
                            
                              Aula de computo y ludoteca.  | 
                            
                                  Deporte y recreación.
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              Política de contención  
                         
                En los últimos 10 años, el número de niños y niñas    trabajadores en situación de calle en la ciudad de México creció 42 por    ciento. Esto significa que, cada día, dos niños y niñas tienen como única    alternativa de sobrevivencia el trabajo en la calle o vivir en la calle,    antes que la protección de sus familias y la escuela. 
              En una ciudad con alrededor de nueve millones de habitantes,    que dos niños y niñas se incorporen a las calles para trabajar todos los    días, parece una cifra casi imperceptible, pero a lo largo de una década,    suman 6.000 infantes y adolescentes, de acuerdo al diagnóstico del Sistema    para el Desarrollo Integral de la Familia del Gobierno del Distrito Federal    (DIF-DF). 
                Hoy el censo de personas en situación de calle, que levantó el    Instituto de Asistencia e Integración Social, destaca que en las calles de la    ciudad de México viven 44 niños y niñas menores de cuatro años; 133, menores    de 17 años, los que se suman a los 1.022 jóvenes de entre 18 y 29 años que    han optado por las calles para vivir. 
              Las cifras pudieron ser más grandes debido a la crisis    económica, pues entre 2008 y 2009 las familias experimentaron un deterioro de    sus condiciones de vida —una de las causas que arroja a las y los niños a la    calle y al trabajo infantil—, como señala la directora del DIF-DF, Patricia    Patiño. 
              El informe "La niñez y la adolescencia en el contexto de    la crisis económica global: el caso de México", realizado por el Consejo    Nacional de Evaluación y la Unicef, revela que los hogares que experimentaron    inseguridad alimentaria severa pasaron del ocho al 17 por ciento en el país,    mientras que disminuyó el número de hogares que se considera tienen seguridad    alimentaria, al pasar de 53 a 43 por ciento, en un solo año. 
              La 'callejerización', explica Patiño, es un proceso motivado    por diversos factores de riesgo, como son la pobreza, la escasa o nula    oportunidad para permanecer en el sistema escolarizado, la descomposición    familiar, el abandono parcial o total de algunos de los niños, las    adicciones, la falta de espacios y tiempos para la recreación. 
              Si aunado al impacto de la crisis económica, los niños y las    niñas no tuvieran una alternativa de apoyo institucional, el número de    menores viviendo en la calle no rondaría los 150, podría duplicarse, como se    registró a finales de la década de los noventa. 
              Patiño sostiene que los Centros de Día, ubicados dos en el    centro de la ciudad, en la Delegación Cuauhtémoc, y otro más al oriente, en    Iztapalapa, son una política social de contención para que las y los niños    dejen las calles, vayan a la escuela y concluyan sus estudios. 
              "Ninguna mamá quiere llevarse a sus hijos al puesto o que    sus hijos estén en la calle mientras trabajan, pero si no tienen el respaldo    institucional o no existe la infraestructura a través de una política    pública, también están como solas, enfrentando todo como si fuera un problema    personal y no social y colectivo", subraya Patiño. 
              El albergue de la Central de Abasto, señala, busca que esa    población no trabaje, sino que esté en la escuela y, al salir de esta, tenga    un espacio a donde ir. 
              "El albergue es un factor de protección porque no sirve    solo para que los niños y las niñas vayan, sino para mantenerlos en la    escuela, y la única forma de lograrlo es teniendo el respaldo de los adultos    en las tareas, con actividades extraescolares, en el cuidado de la    alimentación y la higiene, ese papel juega el Centro", explica Patiño. 
              
                      
                        
                            
                                  Alimentos balanceados.
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                                  Baños e instalaciones dignas.
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              El Centro hace la diferencia  
              Enclavado en el Barrio de Tepito, entre centenas de puestos    ambulantes, donde se oyen los gritos de los comerciantes, la actividad    constante, entre el paso de cientos de personas que cargan bultos de un lado    a otro, o camionetas que suben y bajan mercancía, está el Centro de Día    Número 2, ubicado a un costado de la Plaza del Estudiante, en el Centro    Histórico de la ciudad de México. 
              "Si los niños y las niñas no estuvieran en el Centro,    estarían con sus papás en los puestos o jugando maquinitas o quizá hasta    repartiendo 'paquetitos', porque los niños nos han reportado que a la salida    de las escuelas hay personas que les piden repartir 'paquetitos' y por cada    uno les dan 20 pesos", expresa Celsa Piedad Santos, directora del    Centro. 
              ¿Cómo los convences de que en lugar de ganarse los 20 pesos    por "paquetito", estudien?, pregunta SEMlac. 
              "Es un proceso de formación diaria, de derechos y de    responsabilidades y a partir de ahí, cuánto se gana, porque les damos    talleres contra las adicciones junto con los Centros de Integración Juvenil y    los jóvenes aprenden que si van por ese camino, sólo hay tres lugares a donde    ir: el panteón, la cárcel o el hospital, y que de ahí no se salen",    responde. 
              "Es parte de lo que trabajamos todo el tiempo, no sólo    con los chicos sino con los papás", señala Santos. 
              Los niños y adolescentes que acuden al Centro de Día Número 2,    detalla, son hijos de padres que trabajan como subempleados de los    comerciantes desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche, ganan    800 pesos a la semana y no pueden atender a sus hijos. 
              "Es una zona complicada, a las chicas, las mafias las    enganchan para la prostitución y a los chicos a repartir droga y empiezan muy    niños a los 8 o 9 años, por eso el Centro sí hace la diferencia para    muchos", refiere Santos. 
                Los Centros de Día, explica Patricia Patiño, directora del    DIF-DF, son una alternativa real para atender a la población infantil y a los    adolescentes en circunstancias difíciles. "Es una política de prevención    a la callejerización", señala. 
              Los Centros de Día atienden a 450 niños cada mes. 
              "Es un trabajo de estar atendiendo a cada niño y    establecer el vínculo psico-afectivo que requieren, porque la sociedad se lo    ha quitado, porque la mamá tiene que trabajar todo el día, y si se    encontraran un espacio frío, ajeno, sin una metodología que no tome en cuenta    la cuestión afectiva, no los retendríamos", expresa Patiño. 
              "El logro más importante de los Centros es mantener al    ciento por ciento de los niños y las niñas en el sistema escolarizado",    agrega Patiño. 
              
                      
                        
                            
                                  Recreación.
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                                  Aprendizaje.
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              Si no estuviera aquí…  
              Donovan tiene 10 años, va en cuarto año de primaria y desde el    primer año de preescolar, todas las mañanas asiste al Centro de Día Número 2,    enclavado en el Barrio de Tepito. 
              Uno de los barrios más antiguos de la capital del País, Tepito    es calificado como "barrio bravo", lugar donde se comercializan    piratería, toda clase de artículos usados y fue señalado por la Secretaría de    Seguridad Pública del Distrito Federal en 2007 como el principal punto de    venta de droga en la ciudad. 
              "Si no estuviera aquí me aburriría", dice Donovan al    referirse a su estancia en el Centro de Día Número 2. 
              "Bueno, también estaría en la calle o en ningún lado,    quizá en el puesto con mi mamá, como los sábados y los domingos",    explica, mientras termina su tarea, que tiene que entregar en la escuela. 
              Marta Flores vive cruzando la Plaza del Estudiante, tiene tres    hijos, se separó de su marido porque le pegaba y tuvo que hacerse cargo de    sus hijos ella sola. 
              "Cuando inició el Centro nada más traíamos a nuestros    hijos a comer y ya, pero ahora les ayudan a estudiar y pueden estar todo el    día mientras yo trabajo", refiere. 
              "Antes, cuando nada más los traía para comer, mi tía me    cuidaba a la niña de meses, pero siempre la encontraba muy sucia y sin comer.    Mi hijo, el más grande, que tenía como cinco años, me decía: 'no te vayas a    trabajar, yo te ayudo', y se salía a vender chicles". 
                Pero Marta dice que hace unos cuatro años trae a sus hijos al    Centro y se quedan todo el día; incluso, ella toma cursos cada semana. 
              "Entonces la maestra me decía 'aquí déjelos, de aquí los    vamos a mandar a la escuela y su niña va a estar bien cuidada, no la va a    encontrar como la encontraba con su tía', y ya la traje y me dijeron, 'la    vamos a apoyar', y sí, venía yo con mi hijos a las nueve, me iba a trabajar,    a las cuatro salía de trabajar y venía por mi niña, la más chica y a las seis    iba por mis hijos a la escuela y así duré hasta ahora", añade. 
              "A mí me ha servido mucho este Centro, tengo tres hijos    que ya terminaron la primaria y la secundaria, están estudiando la prepa    (preuniversitario) y todos han dicho, 'mamá yo voy a estudiar, no voy a dejar    la escuela'. Esto es lo que les enseñan aquí", cuenta Marta.  |