PATA DE PERRO
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Columna por un Momento
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Todo menos placer
Mayo 15, 2011



Por Ramiro Gómez-Luengo

-- Primera parte --

En 1971, el baladista más triste que ha dado la historia de Estados Unidos, Don McLean, se refería en su épica canción American Pie al accidente aéreo que le costó la vida a Buddy Holly, Big Booper y Ritchie Valens como “El día en que murió la música”.

En el 2011, y una vez que el perro de marras se dio cuenta de que el sabio de la esquina de Bulgaria y Víctor Hugo, el señor Nava, había dejado su nido: la tlapalería Nava, tras más de 45 años de ajetreo detrás del mostrador, una frase vino a su mente : “El día en que murió la colonia Portales”.

Se traspasa

Si bien el letrero aquel que anunciaba se traspasa tenía más de tres años pegadito en el lado izquierdo de aquella destartalada pero histórica tlapalería-tornillería-ferretería, ninguno de los maestros que por decenas llegaban todos los días hasta aquel reducto de la Portales en busca de la pija, el tornillo, el remache o, ya de perdis, el seguro que no habían podido conseguir en ningún otro lado de la ciudad, pensaban seriamente en que llegaría el día en que aquel viejo sabio entregaría literalmente los tarros.

Pero como no hay plazo que no se cumpla ni fecha que no llegue, repentinamente aquel pequeño local de la esquina de Bulgaria (antes California) y Víctor Hugo dejó atrás sus gastadas paredes amarillas y su gris cortina, que los gandallas del rumbo habían retacado de grafitis, para vestirse de un azul claro que sólo hace resaltar aún más la presencia de nuevos y brillosos anaqueles, así como dos empleados, jóvenes y sonrientes con batas blancas inmaculadas, que por desgracia lo único que saben decir es: “buenos días” y “qué creé, ese tipo de tornillo, pija, remache o lo que sea que me trae, no lo manejamos”.

Devastado ante tales respuestas, el Perro recuerda un día de diciembre de 1989, cuando por primera vez olvidó que lo suyo era relatar las cuitas de los demás y se metió a hacerla de mecánico, tratando infructuosamente de arreglar el carburador del gastado american rambler guayin 1976 de su progenitor.

La pérdida accidental de un “tornillito sin importancia” le significó al perrito no sólo una buena cagotiza por parte de su padre, quien no pudo echar a andar el coche, sino también un viaje a la cercana zona de talleres y refaccionarias de la colonia Portales, en donde tras divagar por decenas de mostradores atendidos por sesudos y muy bien preparados hombres de bata blanca, finalmente recibió una sentencia que fue casi como una revelación: “vaya con el señor Nava, en la tlapalería Nava; si él no lo tiene, entonces no lo hay en todo el Distrito Federal”.

Costaba creer que en aquel localito amarillo adornado con grafitis en su exterior y lleno de anaqueles viejos y despintados en su interior, todo en un perfecto desorden muy ordenado, según constataría el perrito poco después, estaría la respuesta a sus oraciones para no tener que comprar un carburador nuevo o poner fin a su incipiente carrera de mecánico.

Más sorprendente era la presencia en la tlapalería de por lo menos una docena de maestros mecánicos, quienes pese a sus rostros de angustia que revelaban que estaban ahí por la misma razón que el perrito, es decir, una pieza imposible destrozada exactamente a mitad de la talacha, esperaban pacientemente, mientras se limpiaban con pedazos de estopa la grasa y el aceite de manos y brazos, a que el señor Nava reemergiera de las profundidades del localito, donde en medio de un mar de anaqueles, vitrinas, cajoneras  y simples cubetas retacadas de tornillos, seguros, chavetas, resortes y otras miles de cosas más, virtualmente nadaba en busca de la refacción anhelada.

-Amigo mío… que creé –irrumpió de pronto una voz cordial, cantarina, pero al mismo tiempo pletórica de sabiduría desde el fondo oscuro del localito.

-Qué señor Nava;  me va a decir que no la tiene –contestó angustiadísimo un mai  que estaba al frente del mostrador.

-Por supuesto que no lo tengo en exagonal como usted me trajo la muestra, pero se la tengo en alen, aunque debo aclararle que no es un tornillo, sino una pija, y que no es estándar, sino cuerda fina –reviró la voz cantarina, que emergió de las profundidades convertida en  un hombre no menor de 70 años, de tez morena clara, altura mediana, ojos zarcos y una bata que debió ser azul marino, pero que ahora sólo era azul

-No pos échemela señor Nava y que Dios lo bendiga porque me sacó usted de un pedísimo, ya que tengo a la cliente esperando ahí junto al coche desde hace una hora.

-En vez de la bendición mejor écheme cinco pesos por cada pija mi amigo, y llévese unas cuatro por si vuelve a degollar la pieza, aunque me imagino que la rompió por accidente, ya que me sería difícil pensar que estaba distraído viéndole las piernas a la señora desde abajo de la nave.

La carcajada de la clientela y el color rojo que asomó al rostro moreno y embarrado de grasa del mai en cuestión no hace más que confirmarle a todos los presentes que la dueña del carro debe ser muy adicta a las faldas cortas y poseer unos muslos y una pantorrillas muy bien torneadas que hacen que cualquier mecánico no tenga empacho en romper una pieza imposible para todos… menos para el señor Nava de Portales.

Uno por uno y con igual buen humor aquel hombre descaradamente agradable fue no sólo atendiendo, sino resolviendo positivamente cada requerimiento de aquellos angustiados mecánicos, hasta que el tocó el turno al perro de marras, a quien, con una mirada pletórica de picardía, le señaló:

“A ver mi joven amigo, no me diga que le hace al mecánico y se le perdió el tornillo que sujeta el flotador de la cámara de baja del carburador de dos gargantas que lleva la máquina seis cilindros en línea del rambler”.

-¿Carajo señor Nava, cómo lo supo?

-Pues es que trae el carburador en la mano y además ese tornillito siempre se le pierde a los mecánicos. Sobre todo a los que no saben de mecánica pero les gusta hacer talacha. –agregó el señor Nava en medio de la cuarta oleada de carcajadas en menos de 20 minutos, mientras abría un cajoncito de abajo del mostrador del cual extrajo la inconseguible pieza para ponerla en la mano del perro asombrado.

“Ese tornillito vale su peso en oro por raro, pero como no soy manchado y todo el mundo viene aquí a buscarlo, sin mencionar que me ha caído usted muy bien, mi joven y güero amigo, porque hay que tener muchos tanates para ponerse a hacer una talacha sin tener los conocimientos debidos, pues nomás se lo voy a dejar en 10 pesos. Si tomamos en cuenta que el cuate que los surte me los da en tres pesos cada uno, una ganancia del 120 por ciento es algo más que aceptable en estos tiempos globalizadores”.

Huelga decir que a partir de ese momento el Reporperro se convirtió en fiel seguidor del Navismo, doctrina que predicaba, entre sus puntos más conocidos, lo siguiente:

Si Nava no tiene ese tornillo, nadie lo tiene en todo el Distrito Federal, y quizás la República mexicana, el planeta Tierra, la Vía Láctea y hoyos negros circunvecinos; que el señor Nava le cayó tan bien a Dorian Gray que éste le dio la receta para verse eternamente igual, ya que nadie podía creer el hecho de que el aparente setentero ya tenía rato de haber cumplido los 90 años; que el señor Nava siempre estaba de buen humor y haciendo comentarios jocosos en cada venta con excepción de los domingos, que era cuando cerraba su local; y que cuando el señor Nava no encontraba una pieza, simplemente iba a la parte trasera del local y, tras invocar a los elementos del universo,  allí mismo la fabricaba.


¡Hasta siempre negro!



Delfines, Cocodrilos y Ballenas



Heráclito

La Reina del Camino


Mi último fracaso



Inconsciente colectivo


Tere y la voz de
María Sabina
 
Todo menos placer
mayo 30 , 2011

* Nava antes de Nava

Por Ramiro Gómez-Luengo

--2a. Parte --

Siempre que el reporperro tenía la suerte de caminar por la zona de talleres y refacciones de Portales, ahora cercada por un océano de condominios clasemedieros surgidos tras el derrumbe de la viejas casonas que durante mucho tiempo fueron coloridas, pobladas y peligrosísimas vecindades, encaminaba sus pasos hacia la Tlapalería Nava, no para hacer una compra, sino simplemente para saludar, pero sobre todo desternillarse de la risa  escuchando y viendo trabajar al hombre más agradable del mundo.

Y fue entre visita y saludo ocasional que aquel eterno viejo-joven le reveló al perro preguntón que de 1930 a 1970 su principal ocupación fueron los toros, llegando incluso en una ocasión a presentarse en la ya desaparecida plaza de la Condesa como subalterno.

“Pero me ganó la edad y la necesidad de tener una entrada fija –rememora- puesto que tenía esposa e hijos que mantener. Y fue entonces cuando surgió a finales de los 60 la posibilidad de tomar en traspaso la tlapalería Nava de Portales, una colonia que por aquellos tiempos era muy brava, ya que la pandilla de motociclistas de los Nazis, encabezada por los Ramírez, se hallaba en su apogeo, y tiro por viaje había golpizas con los Azotes de la vecina Narvarte en lo que entonces eran los terrenos baldíos donde están ahora el parque de los Venados y el edificio de la Delegación Benito Juárez; también había mucho odio entre los nazis y las bandas del otro lado del río Churubusco, con quienes derimían sus diferencias en los terrenos del entonces deportivo Sevilla, hoy convertido en la alberca Olímpica Francisco Márquez y el deportivo Juan de la Barrera”.

Con 11 nietos y tres bisnietos, el señor Nava se declaraba un hombre viejo de corazón joven que tuvo que colgar el infausto letrero de Se traspasa por una simple razón económica: “es la única manera que tengo de conseguir el dinero para operarme de unas cataratas que si no me las atiendo pronto, me van a dejar completamente ciego”.

Pese a sus más de 40 años atrás del mostrador de la tlapalería, el señor Nava jamás tuvo un ayudante, o ya de perdis un achichincle, por dos simples razones: “todos los que se ofrecían, en vez de ayudarme nomás enredaban más las cosas, y estando yo solito podía ganar un poco más de dinero”.

“Ora que si se hace lo del traspaso no le quepa la menor duda de que me voy a quedar por lo menos un mes con el nuevo dueño para asesorarlo en el manejo del changarro, ya sabe, para defender la fama de que tenemos lo inconseguible, pero no tengo dudas de que éste va a llegar con todo su aparataje de modernidad, es decir, pondrá anaqueles nuevos y más grandes con muchos cajoncitos, pintará el local para rotularlo bonito y, sobre todo, quitará el desorden ordenado que tengo en la trastienda.

“Además de que contratará jóvenes muy amables de bata blanca que antes de hacer cualquier búsqueda recurrirán a sus catálogos para así poder decirle al cliente con toda autoridad: ‘ese producto no lo manejamos’”.

-Cómo logró tener en su changarro lo que nadie tiene?

-Muy fácil güero: hablando con todos los proveedores que me visitaban y pidiéndoles que buscaran tales o cuales piezas, ya sea que ellos las fabricaran o supieran quién las podía manejar. Sólo de esa manera, buscándole y tomando nota de lo que los mais andan necesitando, se puede llegar a tener todo, bueno, casi todo verdad, no hay que ser tan presumidos.

El secreto mejor guardado de Portales

La última vez que el perro de marras habló con el señor Nava, el canino le hizo ver al hombre más agradable del mundo que era una casualidad de proporciones  astrales que hubiera tomado en traspaso una tlapalería que llevaba justamente su apellido, a lo cual éste le contestó con una de sus clásicas miradas pícaras que aquello no era una casualidad, “ya que yo no me apellido Nava”.

-Órale señor Nava, me está dando la noticia del siglo. O sea que el señor Nava, de la afamada Tlapalería Nava de Portales, no se llama Nava.

-No, mi querido y asombrado amigo de la mirada verdosa, yo no me llamo Nava; y es que como ya no tenía dinero para pintar el changarro una vez que lo tomé en traspaso, pues decidí seguirme de largo con el mismo nombre. Además, casi de inmediato los clientes comenzaron a llamarme señor Nava con tanto cariño, que me dio pena romperles la ilusión y decirles cuál era mi verdadero nombre.

-¿Podría darnos la exclusiva del secreto mejor guardado de Portales?

-Con mucho gusto mi amable, cotorro, pero sobre todo inquieto y preguntón vecino portalino. Mi nombre verdadero es (pausa mortal y mirada pícara de nuevo)… Alfonso Gutiérrez Arreola.

Todo menos placer

Dicho y hecho, una vez que llegó el nuevo administrador de la Tlapalería Nava el desorden ordenado del señor Nava se fue pal carajo. Y si bien los anaqueles y los mostradores, así como las vitrinas nuevas y azuladas impresionan a más de uno, la verdad es que el perro no pudo evitar recordar a Joan Manuel Serrat, quien al cantar sobre la clausura del prostíbulo conocido como La Casita Blanca dijo: “y un viejo ex cliente, pura sensatez, hace bloques de pisos amueblados en tono rosa… pero aquello era otra cosa”.

Por eso el perro sin suerte prefiere imaginarse aún ahora aquella accesoria descuidada en donde lo único importante eran aquellas piezas inconseguibles, pero sobre todo ese hombre, quien parecía eterno, ir pausadamente del mostrador a la trastienda en busca de la refacción imposible, para regresar siempre con algo igual, o ya de perdis parecido, y ofrecérselo al mai en turno con una sonrisa y una puntada.

“Carajo señor Nava –exclamó una vez un mai que había logrado en menos de 10 minutos adquirir pijas, tornillos y seguros automotrices que no había podido encontrar tras varios días de andar rondando las refaccionarias más acreditadas de la ciudad- usted aquí vende todo”.

“Pues qué cree mi querido amigo -reviró de inmediato el señor Nava con una mirada llena de picardía y mientras le hacía un guiño al perro de marras que andaba ese día por esos lares- aquí vendemos de todo, menos placer. Ese se lo tiene que buscar usted solito”.  (rluengo4@hotmail.com)


Todo menos placer
--- 1a. parte ---



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