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Febrero 15, 202

Por  RAMIRO GOMEZ-LUENGO

La intención de contener el tránsito de vehículos automotores y aumentar la seguridad en las calles se ha repetido, sin aparente conexión, en diversas partes del orbe, ya que en todas las ciudades dominadas por el automóvil existen movimientos de resistencia, más o menos conscientes de sí mismos, cuya principal finalidad es reducir la invasión de dichos vehículos en todos los ámbitos de la vida social.

En la Ciudad de México pareciera que la única defensa eficaz para los peatones es la extendida, tal vez caótica y ciertamente pintoresca presencia del tope.

Los topes son una barrera física, una presencia cotidiana en la vida de nuestro país que nos recuerdan que la autoridad es incompetente para hacer que se respeten las leyes y que el pueblo no está educado para respetar límites.

Es una forma de violencia física que parece gritarle al aprendiz de cafre que va al frente del volante: “¡Si no te paras, vas a desmadrar tu coche!”

Odiado por las personas que manejan, el tope significa la posibilidad física de frenar durante unos segundos a los siempre apresurados automovilistas, y su necesidad es tan imperiosa, que existen zonas de la ciudad donde se ponen topes en cruceros que ya tienen semáforo, lo cual habla de la escasísima eficacia de dichas luces frente a los cafres del volante, quienes simplemente no le hacen caso ni a los altos ni a ninguna indicación vial.

Dicha amenaza en contra de la integridad del automóvil impone una disminución inevitable de la velocidad, y es que en el DF hay unos topes tan bonitos, que obligan a todo vehículo a hacer un alto total, pausa suficiente para que el peatón pueda atravesar la calle sin tener que echar carreras.

Cualquier turista extranjero podría pensar que algo anda mal en la cabeza de muchos conductores chilangos, puesto que el tope es prueba irrefutable de que para ellos es mucho más importante preservar la suspensión del coche, que cualquier otra consideración cívica o de simple urbanidad.

En una urbe donde los pasos para peatones (esas rayas de color amarillo y blanco pintadas en el pavimento de las esquinas para indicar los cruces), brillan por su ausencia, la única medida realmente funcional es la indiscriminada distribución de topes por todas las calles.

Desde luego que los automovilistas los maldicen, bajo el razonamiento de que los topes producen embotellamientos y generan más contaminación.

Lo cierto es que en las colonias donde abundan los topes hay menos atropellados y circulan menos coches, porque un automovilista con prisa preferirá irse a una vía que esté libre de dichos obstáculos.

Nuestra capital es mundialmente reconocida por sus impresionantes topes, muchos de los cuales alcanzan alturas de hasta medio metro, además de que se hallan en cada intersección, esquina, media cuadra, tercio de cuadra o cuarto de cuadra.

Según muchos conductores chilangos, el verdadero propósito de los topes es poner a prueba el diseño y resistencia de la suspensión de los vehículos, para de esta forma saber qué tipo de auto no comprar la próxima vez, así como entrenar a la gente para que maneje sólo en primera y segunda velocidad en autos de transmisión estándar.

El científico y político Rene Drucker Colín comenta que el asunto de los topes es patológico, ya que se colocan por doquier, sin que la mayoría de éstos tengan razón alguna de ser, aunque la verdadera interrogante es cuáles son las causas por las que hay tantos topes en la ciudad de México?

“Después de mucho pensarle llegué a las siguientes conclusiones:  El dueño de una fábrica o distribuidora de amortiguadores solicita, en contubernio con autoridades, la colocación de topes por todos lados. Los amortiguadores de los diversos vehículos no aguantan mucho y pierden en poco tiempo su efectividad y se tienen que cambiar. Así suben las ventas de amortiguadores y al dueño del negocio le aumentan los ingresos.

“Cualquier ciudadano que haga valer su fuerza política demanda un tope en el sitio que se le ocurra (de preferencia frente a su casa).

“Las autoridades consideran que los conductores de vehículos son incorregibles (teoría más aceptada), no respetan nada y los topes evitan la disminución de la población”.

El científico destaca que los ciudadanos ya se acostumbraron a vivir en Topilandia, por lo que deben resistir las incompetencias de las autoridades a quienes les corresponde definir la colocación de topes, si es que hay alguien con esa función.

La incompetencia de los responsables de colocar topes también se manifiesta en el estilo de los mismos, ya que los hay altos y estrechos; bajos y amplios; de bola, con todo y su logo del DDF, así como estriados, sin olvidar los más recientes: semirredondos, de plástico y con alma de lámina de acero.

Se dice que el nivel cultural o de civilidad de la población es inversamente proporcional al número de topes que se tienen en las calles, por lo que es muy probable que en este asunto tengamos el primer lugar mundial.

No hay una norma que regule el diseño, la altura y la utilización de topes y separadores de carriles, ya que en una calle puedes encontrar topes cada 10 metros y en otras sólo en las esquinas. Tampoco existe un señalamiento oficial de los topes, ya que unos los pintan de amarillo y blanco, a otros les hacen sólo rayas blancas y otros no los pintan, siendo por ende muy difíciles de detectar, especialmente de noche.

El fenómeno de los topes no es exclusivo del Distrito Federal, ya que los puedes hallar en cualquier pueblo o ciudad, en cualquier carretera, muchas veces sin aviso previo.

Algunas veces en carretera hay un señalamiento previo, desde un simple letrero que reza: “Topes a 100 metros”, una señal rectangular con fondo blanco y una silueta en negro, que más que topes parecen un par de senos, o una señal amarilla en forma de rombo y la silueta en negro del Wonderbra ya

(rluengo4@hotmail.com)


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Post mortem





Rencontrando al campeón

-- 1a. y 2 Partes --



Rencontrando al campeón

-- 3a. Parte --




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El Nivel
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